"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

14 enero 2011

La parabólica humana.

Anoche hablaba con Árbol, que es una de las pocas personas con las que hablo por teléfono durante más de un minuto, hablamos unos ciento treinta minutos más o menos. Nos separan muchos kilómetros y la única forma que tenemos de tomarnos una cervecita juntos cuando nos entran ganas es a traves de un teléfono. Ayer entonces me tomaba una cerveza con Árbol y por momentos sentimos estar en un bar de Ituzaingó, o de Estocolmo, da igual, pero juntos. Eso se debía al cariño que había en esa charla, aunque la verdad es que mucho ayudaba que la comunicación fuera buena, nos escuchabamos muy nitidamente, sin delay ni interferencias. Me recordó Árbol en la charla una situación que se dio el año pasado en su casa de la calle Tel Aviv. Hizo memoria Árbol: ¿Te acordas? ese dia que llegué a casa y vos estabas en la ventana de la habitación que da a la calle, estabas literalmente en la ventana, tu cabeza entre las rejas, con tu mano derecha sostenías un teléfono celular al que acercabas y alejabas de tu oreja, lo elevabas, lo hacías girar sobre su propio eje, cada tanto lo golpeabas contra las rejas y lo mirabas para chequear si funcionaba, tu pierna derecha estirada en sentido inverso apoyada en la mesita de luz, la mano que tenías libre la extendías al máximo y te agarrabas de la reja, como buscando en ese hierro pintado de verde una solución comunicativa, evidentemente sin encontrarla ¡Hacías la parabólica humana! Gritaba Árbol y nos reíamos en nuestra cerveza a la distancia. Claro que lo recordaba. Yo intentaba hablar con mi hermana que vive a diez cuadras de la casa de Árbol, ella también interpretaba pasos de danza clasica, daba saltos psicóticos y plegaba su cuerpo en movimientos anaeróbicos. La charla en cuestión pretendía ser muy simple, algo así como: Hola, ¿todo bien?, nos vemos esta tarde, paso a las cinco, llevo facturas. No mucho más, pero pese a nuestros intentos fracasamos. Ni siquiera pudo entenderme mi hermana cuando le dije que le enviaría un mensaje de texto parado en la tapa del inodoro, que ahí habría mejor cobertura.

Nos divertimos recordando esas dificultades y luego Árbol, que es Contador y controla mucho de números, me explicó cuánto pagaba de factura de celular y de teléfono fijo, yo le conté que en España las llamadas nacionales de fijo a fijo eran gratis, el me informó sobre algunos datos indignantes que tienen que ver con los contratos que empresas como Telefónica firmaron en los años noventa, con las insultantes diferencias entre lo que se les había exigido invertir y los amplios margenes de rentabilidad de los que gozaban en nuestro país (triplicando la rentabilidad media de cualquier otro país), llegamos a la conclusión de que él con su factura me estaba pagando a mí la gratuidad de mis llamadas nacionales. Nos reímos pero ya nuestras risas empezaban a traer aparejadas un dolor de pecho, ciertas ganas de vomitar. Hablamos de Repsol y del precio de la nafta en Argentina, de los ochenta millones de cabezas de ganado y del hambre y la miseria. De bancos como el Lloyds, de su tradición centenaria en la piratería y la estafa, la usura, de la facilidad de acción en territorio argentino de estos personajes.

Seguimos hablando y comenzamos a notar que la ira se apoderaba de nosotros, de cada uno en un punto del globo, estabamos al borde del llanto impotente, entonces Árbol, que además de buen contador es un gran amigo y tiene sentido común, desvió sutilmente la charla y la llevó hacia la cerveza que nos tomamos aquel día después de encontrarme haciendo la parabólica en su casa de la calle Tel Aviv. Continuamos el encuentro un rato más y luego nos abrazamos y nos dijimos: Salud hermano, hasta la próxima cerveza.


10 enero 2011

Como un sueño bueno y viejo.

Me despierto una tarde, que es de hoy, que parece de hace veinte años, cuando era otro.
Al instante se apuran unas lágrimas que recorren mis mejillas. En estos dias, como en aquellos, el sollozo y la conmoción afloran en mí con facilidad. Antes lo ocultaba con éxito, merced a lo asiduo de ese accidente, reacción natural ante ese sentir, en esa edad.
Hoy dejo que fluya sin más, con todo. Aprendiz de heridas que así, sangraron más y cicatrizaron mejor.
Presa de un presagio acepto esa mueca, limpio mi cuerpo con aguas tibias y lo cubro de ropas muy usadas. Y marcho consciente, en búsqueda de algo que desconozco, algo que reconoceré de seguro.
Al llegar me descubro en buenas formas de ánimo, mi pulso es normal, aunque más holgado, como si el corazón se asomase a la superficie, en contacto con la piel. Sonrío para mí y entro. Cuando te veo, mi sonrisa sigue ahi, pero no está intacta, ahora es menor, la recubre una leve sombra agria, una sensación incierta y temerosa que dura sólo unos instantes, hasta que me encuentro con tu sonrisa.
Mis labios rozan tu mejilla en un segundo eterno. Y ahí el olfato y el tacto y los miles de sentidos se uniforman y me trasladan. Tiempo y espacio se hacen añicos para ceder a un híbrido desconocido que me sorprende porque me abraza como si viviese en él desde siempre. Decido entonces aferrarme a ese instante y observo mis recuerdos:
Veo el árbol de moras en el parque a la salida del colegio. Camino el sendero cargado de ilusiones grandes como mochilas de colores chillones. Sigo. Me envuelve el aroma de la inocencia, de la simplesa, de mis miedos, recuerdo que me dolían. Me duelen otra vez. Me alojo cerca de la tapia de cemento frío y rugoso, reconozco el portal de Darragueira. Por unos instantes estoy perplejo, te busco intranquilo hasta que te encuentro y tus ojos me seducen otra vez, me serenan y nos sentamos. Te sujeto de las manos buscando en ellas el valor para decirte. Te declaro mi amor cobarde, acobardado. Veo que quiero saber tus respuestas, sin embargo nada te he preguntado. Quiero conocer la expresión de tu cara ante mis palabras torpes. Descubro que ese amor es el más lindo que nunca tuve, acaso por eso mismo, porque nunca fue. Una planta que sólo germinó y ahí se detuvo en la juventud más mínima, petrificado, todo ese tiempo inmune a crecer y a marchitarse, no obstante existiendo. Ese amor de niñez invernó, ajeno a los cuerpos, a los inviernos y a todo lo ocurrido. De repente doy cuenta de que te lo he dicho y ese hecho me libera y se lleva con él la magia. Como un hechizo que caduca, mi sueño se esfuma y vuelvo. Todos volvemos a estar ahí. El espacio y el tiempo vuelven a transcurrir con normalidad.