"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

20 marzo 2011

El planazo

Puedo caer en la tentación que tantas veces niego. Puedo, también, tropezar con la misma piedra, golpearme de la misma manera, sentir idéntico dolor, soltar la misma queja, cagarme otra vez en mi madre, que también es la misma, y puedo incluso repetirme, prometerme, una vez más, no volver a hacerlo. Lo que no me permito, de ninguna manera, es atender al 1004 de Movistar. No lo haré. No lo haría, aunque me levantase un día de la cama descubriéndome el último en la tierra y al mismo tiempo oir el teléfono sonar anunciando del otro lado a un OTI (Operador Telefónico Insistente). Pienso así desde que uso un teléfono móvil, muchos años ya.


En diciembre, era domingo con la tarde cayendo. La escasa luz, el clima, la tele y la realidad anunciaban la hora del suicidio. De haber sido una pelicula, a la escena, para ser completa, perfecta, sólo le faltaba el arma cargada en el cajón o una alfombra roja hacia el balcón. Necesitaba hablar con alguien. No. Necesitaba que alguien quisiese hablar conmigo. Mientras pensaba en eso, como inducido por mi necesidad, sonó mi móvil indicando 1004 en la pantalla. Alguien quería hablar conmigo, pero quien me llamaba era un no deseado. La necesidad tuvo, una vez más, cara de hijo de puta. Contesté. Del otro lado un OTI, cuyo nombre olvidé cuando acabó de decirmelo, me ofrecía el paraíso. Nunca recordamos el nombre del OTI amigo, sólo nos quedamos (anotamos) con el nombre del OTI que nos atiende cuando estamos re calientes y queremos preder fuego algo. Así, este OTI anónimo me ofreció llamadas gratis a cualquier teléfono Movistar. Pero ¿no tengo que pagar nada?, le pregunté. Nada Señor (te dicen Señor, Don, Caballero, esperando con eso elevar tu autoestima y caerte bien). Pero, las llamadas a otras compañias ¿no me saldrán más caras a partir de este gran beneficio? Insistí. No Señor. Repetí el pero seguido de una pregunta una docena de veces. A todo, el OTI amigo me respondió lo que yo quería oir. Seguro ¿no?, quise confirmar. Señor, seguro, a partir de este momento Usted tiene llamadas gratis a cualquier teléfono Movistar, manteniendo el resto del plan de facturación que tenía, me tranquilizó el OTI. Nos deseamos buenas tardes y colgué.


Durante ese mes usé mi teléfono movil con normalidad, viví mi vida como siempre, sentí la misma felicidad de los meses anteriores, en el mismo grado, pero aderezada ahora por el gran beneficio Movistar que se me había adjudicado. Cuando me llegó la factura del móvil, rompí el sobre desesperado e inspeccioné detalladamente todas y cada una de mis llamadas realizadas. No había ninguna llamada a teléfonos Movistar facturada. ¡Dios es grande! Grité. Parafraseando al hijo de puta más grande que dio mi país exclamé: Estamos mal, pero vamos bien. Hay un horizonte ahí, delante de nuestras narices, está a nuestro alcance y si todos, los de a pie, los empresarios, los políticos, tiramos para el mismo lado, y si los vendedores de seguros dejan de existir, este mundo puede cambiar. Me emocioné, quise salir a la calle y abrazar a alguien. Aún con la factura en mis manos descubrí que, con el apuro por ver el detalle de las llamadas no había visto el importe a pagar. Para mi decepción, éste subía el total en veinte euros más de lo que habitualmente pagaba. Me flaquearon las piernas… Me sentí como Reuteman cuando descubrió que su coche se quedaba sin nafta a escasos metros de la bandera a cuadros. En un lugar de la factura decía: Otros conceptos: Planazo – 19,99 euros.
¡Qué Planazo! Grité. Y ya no quería abrazar a nadie.


De inmediato llamé al 1004. Me atendió Martín Morales (lo anoté, por supuesto), diciéndome a continuación de su nombre que haría todo lo posible para ayudarme.
De buena forma, tranquilo aún, le dije que yo esperaba que me ayudase y le expliqué mi inconveniente. Morales me contó que en diciembre yo había contratado el Planazo Movistar, a traves del cual, por la módica suma de veinte euros, accedía a 500 magínificos minutos libres a teléfonos Movistar. A lo que yo repliqué:
Mirá Martín, primero, nadie me dijo que eso a lo que accedía se llamaba Planazo, en ese caso hubiera cortado la comunicación porque el nombre de la promoción, en sí, etimológicamente, grita: Esto es una mentira grande como la estupidez humana. Segundo, Martín, ¿Cuánto me cuesta a mí una llamada a un movil Movistar?
Tres centimos Señor me dijo, ya con algo de temor en el sonido de su voz.
Ok, ahora, si sos tan amable Martín, ¿cuanto da en euros la siguiente multiplicación?: 500 x 0,03, Martín (cuando me pongo nervioso empiezo a repetir el nombre de mi interlocutor), le pregunté con mi tono de voz comenzando a mutar hacia un precipicio infernal.
Eso tiene como resultado quince euros, me respondió, suplicando en silencio que algo extraordinario cortase esa comunicación, liberándolo así de la mierda en la que lo estaba metiendo su empleo en Movistar.
¿Te puedo hacer una pregunta personal Martín?, le dije suavemente.
Si Señor, me dijo él entregado.
¿Vos crees que yo soy un pelotudo? Martín.
No Señor.
Y ¿Pensas vos que Movistar cree que yo soy un pelotudo? Martín.
No Señor.
Ahhh… Bueno, ahora me quedo más tranquilo Martín. Por un momento pensé que me estaban tomando por pelotudo.


Le pedí a Martín que fuera amable y me esperara en línea un momento. Saqué del armario una replica exacta del hijo de puta más grande que dio mi país. Guardo un muñeco de él, a escala, tamaño natural, que uso en situaciones en que siento que me estan tocando el culo, como me lo tocaba él, cuando esto sucede agarro el muñeco y lo cago a trompadas, lo escupo, le hago la doble nelson, lo reboleo, descargo. Volví a la charla hecho una seda y le dije a Martín, que todavía aguardaba.
Mirá, necesito que me apuntes un reclamo a traves del cual le pido, le exijo, a Movistar que me devuelva el dinero que me rebaron, que arreglen esta farsa. Luego quiero que alguien de Movistar se comunique conmigo para decirme que me devolverán el dinero. Apuntá también, por favor Martín, como si fuera un inciso en ese reclamo, que estoy re caliente, que si no me devuelven el dinero me voy a dar de baja y los voy a denunciar.
Se va a pudrir todo fue lo que le dije textualmente.


Por supuesto, nadie se comunicó conmigo. Un par de dias después volví a llamar, hablé con tres personas hasta dar con un supervisor de nombre Mijail, quien se comprometió a devolverme el dinero y me pidió disculpas, todos se habián disculpado antes.
En todas estas charlas teléfonicas que tuve con empleados de Movistar, se dieron momentos dignos de ser narrados, dignos de indignar al más pasivo, pero prefiero no ahondar más. También me hubiese gustado que la estafa fuera más cuantiosa, para darle mayor espectacularidad al relato, pero no, fueron veinte euros. Sin embargo, no importa que la estafa sea menor, que la mentira sea leve, que el robo sea sutil (aunque el robo Planazo no es una sutileza justamente).


La Caixa te cobra 4,5 euros por depositar un cheque en una cuenta de ellos, es decir, te cobran por ingresar dinero que ellos van a utilizar y hacer redituable. El Citibank te cobra un euro cada minuto que pasas escuchando la musiquita mientras esperas para hacerles una consulta. Endesa, cuando tenes un desperfecto, te pide que confirmes que aceptas pagarle 160 euros al técnico que te envía, si el inconveniente resulta no ser de ellos. El bar 213 de la calle Hospital te cobra 6,5 euros, a las 20:01, las mismas patatas bravas que, a las 19:59, costaban 3,5 euros. Eso, hablando de algunos de los robos diarios que están a la vista, que están a nuestro alcance.
¿Vos crees que yo soy un pelotudo Martín?


Tengo que admitir que mentí, no tengo un muñeco a escala del mayor hijo de puta que dio mi país (además, con razón, más de uno me haría una lista de hijos de puta nacidos en territorio argentino que lo superan), si tuviera ese muñeco me pasaría el día vomitando. Como no lo tengo, ataco con furia a este ordenador portatil que ya no sé como me aguanta. Creo que un robo como cualquiera de los antes detallados es un dedo en el culo, y creo, que si dejamos que nos metan un dedo en el culo, corremos el riesgo de sentir como esos dedos se multiplican y como, sin darnos cuenta, nos acostumbramos hasta sentir que nos gusta. Es un riesgo, porque no nos gusta ¿no?

17 marzo 2011

Es ida y vuelta. Fluctúa ¡Chatos*!

¿Cómo fue cuando tu abuelo llegó al puerto de Buenos Aires?
¿Cómo fue cuando mi abuelo llegó al puerto de Buenos Aires? No lo sé exactamente, además ya se habló mucho de los casi dos millones de españoles que arribaron a Buenos Aires a fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX. Lo encaro por otro lado: Hace unos meses alguien me contó que, en la actualidad, cada mes llegan a Argentina mil doscientos españoles. Como no estaba convencido del dato lo confirmé con la prensa: http://www.infobae.com/general/551993-101096-0-Por-la-crisis-mas-mil-espanoles-llegan-mes-buscar-trabajo El periódico madrileño Público confirma esos datos. ¿Que un porcentaje de esos españoles que arriban son argentinos con doble nacionalidad que se vuelven? Si, Público también menciona eso. Pero, si tienen también la nacionalidad española ¿será que son nietos o bisnietos de esos españoles que emigraron? Claro, porque es de Ida y vuelta.

Los mejicanos descienden de los Aztecas, los peruanos de los Incas y los argentinos... Los argentinos descienden de los barcos. Ese viejo chascarrillo, históricamente fundamentado, lo utiliza Arcadi Oliveres i Boadella en una clarísima conferencia sobre el origen de las migraciones modernas. Por supuesto, el chiste de las descendencias es solo para amenizar datos reales que pintan una realidad. http://www.youtube.com/watch?v=znhaCXvKyys&feature=related Si no estás dispuesto a bancarte los 18 minutos que dura la charla te cuento: "Antes de la crisis, el 65 % de la opinión pública española veía con malos ojos la llegada de inmigrantes, después de la crisis ese porcentaje llega al 80 %. Esta opinión es un error, no desde la mala fe, sino desde la mala información. Si esta opinión pública se informara bien, si no comieran la mierda (y eso lo digo yo) que les tiran los medios de desinformación, recibirían a los inmigrantes como debe ser: con los brazos abiertos." Es solo un extracto. Oliveres cierra una de sus charlas, la que se refiere a la corrupción a traves de la cual gobiernan nuestros dirigentes, con una frase muy simple: "Estamos en manos de delincuentes". Aparentemente esto no tiene nada que ver con el "problema" migratorio, pero... ¿No estamos hablando de lo mismo?

El drama vivido por quienes son demorados y posteriormente deportados (término que bien puede significar: echados como ratas de una patada en el culo) en el aeropuerto de Barajas, estuvo siempre, de forma abstracta, de boca en boca, carente de una investigación periodística. Siempre, hasta el primero de enero de este año, ese día salió a la luz el artículo "La crónica del deportado", de Alejandro Seselovsky, para la revista Orsai: http://orsai.es/blog/n1/seselovsky/
La crónica retrata, de forma muy inteligente, cómo se ven afectados quienes intentan ingresar a España, y cuáles son las "tecnicas" sistemáticas de desmoralización utilizadas por quienes, en la frontera, aplican la ley. Es educativo ver como se repiten los sucesos nefastos de nuestra historia, unos (de un nivel humano superior) consideran poco más que mierda a otros (de un nivel humano inferior).

Dentro de unos meses un amigo vendrá a visitarme con su mujer y su pequeña hijita, en realidad vienen de vacaciones a Europa y los recibiré en mi casa el período de tiempo que pasen en Barcelona. Mi amigo, Leandro, viene de vacaciones, no viene a robarle el empleo a ningún europeo, es más, él ya tiene su trabajo en Buenos Aires, tiene un trabajo que es la envidia de muchos ciudadanos europeos. Sin embargo Lea me trasladó su preocupación, conocedor de la problematica Nazi (ups, se me escapó la palabra) de la frontera española, y me dijo: "Che, con Andre estamos cagados porque podrían impedirnos la entrada en Barajas, éste es un esfuerzo enorme que estamos haciendo, es un sueño que por fin podemos cumplir, caminar por las calles de Barcelona y dejarle, en calidad de turistas, mucha guita al Estado español." Yo traté de tranquilizar a mi amigo y le dije: "Mirá, vos preparate una carpeta con todos los documentos que demuestren que no te interesa quedarte acá, que vos tenes una vida preciosa en el barrio de Villa Urquiza y que ni en pedo te vendrías a instalar al primerísimo mundo, de todos modos voy a averiguar qué es necesario para formular una carta de bienvenida."
Me dirijí entonces a Policía Nacional dónde un policía administrativo me enumeró, aparte de lo que debería presentar el Invitante, la documentación a confeccionar por el Invitado:
- Fotocopia de la hoja de filiación o datos personales del Pasaporte.
- Certificación oficial acreditativa del domicilio del Invitado (igualmente legalizada y traducida).
Y atención:
- Fotografías, correspondencia, o cualquier otro documento o soporte audiovisual que demuestre una relación entre Invitador (que lindo término) e invitado (en el supuesto de amistad o vinculación no familiar).
Además de pagar la módica suma de 115,26 Euros en concepto de "Tasa de andá a la concha de tu hermana".
Impresionante. Después de leer eso no supe si reirme, llorar o cortarme las venas con la propia hoja de los requisitos. También pensé en la cara que pondría el policía si le demostraba en vivo cuál es la "relación de amistad o vinculación no familiar" que me une con Lea.
Al final llegamos a la conclusión de que si él reservaba un hotel en Barcelona, pagaba el 10 % de la reserva y después no se alojaba en el hotel, le salía más barato que pagar la "Tasa..." y nos olvidabamos de los requisitos de la carta de bienvenida.

¿Llegamos a esa conclusión porque somos vivos? ¿Porque somos dos listillos argentinos? No, de ninguna manera, porque ¿cómo se puede considerar listillos a quienes día a día comen la mierda que bombardean los medios de comunicación para manipular a la opinión pública?
Déjense de joder, pónganse media pila.

*Chatos no se refiere a la acepción simpáticos, majos, utilizada por señores de edad avanzada de la península ibérica, se refiere más a personas de pensamiento plano, de ideas chatas, carentes de sentido común.

15 marzo 2011

Bondi, la verdadera revolución de las máquinas.

Él. Nació en el año 68, modelo 1112, estética redondeada exquisita, una reliquia del transporte colectivo rodando por las calles de Buenos Aires. Fanesi se lo compró a un viejo diez años atrás y desde entonces sólo él lo condujo, de lunes a sábados, los domingos siempre tocó descansar. El viejo, cuando se lo vendió, le dijo quebrándose: me tomará por loco usted, pero este bicho siente. Y como tanto lo conozco puedo asegurarle que se jubilará solo, dejará de funcionar cuando haya presenciado algo extraordinario, lo sé, no me pregunte por qué. Cuando eso pase, usted tiene que estar al volante, se lo encargo. Fanesi, aunque casi se conmovió por la expresión del viejo, cerró la transacción y volvió a su casa pensando que, efectivamente, estaba loco.

De Miserere a Villa Adelina, ida y vuelta, infinitas veces. Y sólo Fanesi lo condujo. Al principio porque dudaba del cariño con que lo trataría cualquier chofer de alquiler. ¿Quién cuida a su bicho como el propio dueño? Sin embargo con el correr de los años fue tomando las palabras del viejo cada vez más en serio. Una tarde de invierno avanzaba por Avenida Forest, bajó la velocidad para girar en la esquina de Olleros, donde una pareja se besaba fuerte, con ganas, al pasar a su lado la bocina se activó como si el sonido quisiera celebrar aquel beso. Fanesi brotó nervioso sin entender por qué la bocina se había accionado por propia voluntad, miró avergonzado a la pareja primero y luego a los pasajeros por el retrovisor. Más de uno puso cara rara desaprobando, incluso se escuchó nítida la voz de una mujer que viajaba en el primer asiento: ¡Qué grosero! Hágame el favor… En varias oportunidades, ante un paso de peatones, Él se detuvo inexplicablemente para que la gente pudiera cruzar, Fanesi no podía aclararse él mismo lo que ocurría, mucho menos justificarse ante quienes apurados por llegar al trabajo le gritaban desde el fondo: ¡Dale flaco! ¡¿Qué te pensás, que estás en Londres?! Esas situaciones lo fueron transformando a Fanesi al punto de llegar a pensar, como el viejo, que ese bicho sentía. Sobre todo a partir de la mañana en que una mujer estuvo a punto de dar a luz en los asientos de atrás. Al final llegó una ambulancia y el parto se llevó a cabo a escasos metros de Él, cuyo motor no se dejó encender hasta que se escuchó el llanto del niño y los aplausos de los curiosos que se habían reunido alrededor.

Un domingo, Él rodó. Fanesi, que a esta altura rozaba la locura, sintió un presentimiento y decidió hacer recorrido el día de descanso. En la parada de Mariano Acha subió una chica preciosa, tendría unos treinta años, ojos negros profundos como un océano y facciones talladas por un artesano. Sacó boleto y se dirigió hacia atrás. A mitad del pasillo un muchacho de veintipocos, escueto, con cara de nada, se sostenía de la manivela con la mirada vacia. Cuando la chica se aproximó a la posición de aquel, Él, sin la intervención de Fanesi, dio un volantazo brusco e inexplicable que descolocó a todos los pasajeros e hizo trastabillar a la chica hacia lo que parecía una inevitable caída. Pero el muchacho con cara de nada, en un acto reflejo muy ágil, la atajó y le ayudó a incorporarse. Quedaron frente a frente, los ojos profundos y la cara de nada, y sin mediar palabra empezaron a besarse como si sus labios se conocieran al detalle. Tanto Fanesi como los pasajeros pudieron ver y entender con certeza, que una fuerza fuera de lo normal los impulsaba, viscerales y armoniosos, a esos dos desconocidos, con la misma intensidad a cada uno, a besarse hasta caer rendidos o deshidratados, a fundir sus bocas hasta agotar el deseo como nunca antes el deseo de nadie se había saciado. Él apagó su motor. Fanesi sintió como si un humano, un amigo, despediera su último aliento. El conductor se levantó de su asiento e invitó a los pasajeros, salvo a la pareja, a descender. Bajó con ellos, les indicó que esperaran el siguiente bondi en la esquina y encendió un cigarrillo apoyado en el capot.

09 marzo 2011

Un día sin maletas

Otra mudanza. Una más y van… Ese fenómeno en sí, el de trasladarse con las pertenencias de un sitio a otro, siempre es relevante y agobia. Cambiamos el marco de una ventana por otro, nos vamos a otro marco sin ventana, nos pasamos de un jardín con tardes soleadas a un patio de noches frescas, a veces trocamos compañías vacias por soledades productivas, a veces lo hacemos a la inversa.
Era abril y yo me mudaba, pero antes debía poner unos cuantos capucinos en la plaza Real, y en eso estaba. Los turistas que consumían esos capucinos estaban, como corresponde, de paso por la ciudad, pero esta vez tenían en sus caras resabios de estancamiento, como si fueran de aquí, como yo. En especial una mujer inglesa de Leeds con la que mantuve una charla en inglés, en mi inglés, que es muy pobre. Cuando noté que había cierta confianza entre nosotros le pregunté por qué se tomaba el capucino con esa cara de culo, si era porque estaba feo. Ella me respondió que el café estaba exquisito (me sonrojé), que su cara se debía a the tag. Yo, que no entendí, le dije que no se preocupara, que le invitaba el café si eso le ponía mejor. No le entendí a la señora inglesa de Leeds porque no entiendo inglés y porque ya estaba pensando en la mudanza que tenía que hacer en unas horas. 


Llegué al piso que dejaba y mi maleta estaba hecha, todo lo mío cabía en una maleta. Recuerdo haber sentido una gran satisfacción por lo escaso de mis pertenencias, ya que me podía mudar en un solo viaje en metro, entonces salí pensando en esa frase que dice que más rico es quién menos necesita y recorrí feliz las primeras calles hacia la estación de metro. Pero antes de llegar pensé en que reducir mi equipaje al máximo era una maniobra inconsciente, que durante años fui forjando para no establecerme nunca en ningún sitio, asi es que mientras cruzaba la plaza de Sant Miquel una angustia enorme me paralizó y tuve que sentarme en un banco a fumar un cigarro.
En las terrazas de la plaza Sant Miquel se repetían multiples rostros turistas que bebían capucinos con aire estancado, todo lo cubría un cielo gris denso que parecía sostener millones de litros de agua turbia. La densidad de las nubes las transformaba en una sola y hacía que se percibiera a escasos metros, como un techo hermético al alcance de las manos en los balcones altos. Los turistas elevaban sus miradas constantemente y dirigían sus ojos rencorosos a la gran nube homogénea que modificaba los colores dándole un tono apagado a todo. Mientras fumaba pasó frente a mí un tipo que venía seguido a comer al restaurant donde yo trabajaba, sin detenerse me dijo adeu y en el medio de una risa sarcástica me preguntó adónde viajaba, y agregó: tendrás que esperar a que se vaya la nube. Le devolví una sonrisa falsa como su preocupación por mi viaje y me quedé pensando en lo que me había dicho, mientras descubría que los turistas de la plaza, cuando no miraban sus capucinos o la nube, me observaban a mí, fijaban sus ojos nórdicos extrañados en mi maleta. Cuando el tabaco hubo detenido la angustia provocada por mi condición de nómade, continué camino con mi maleta a rastras. Crucé la plaza Sant Jaume en diagonal para tomar la calle Jaume I, bajo la presión de decenas de pares de ojos escrutadores, me miraban los turistas, los gendarmes de la puerta de la Generalitat, los taxistas... Todos me reprimían con sus ojos como si paseara desnudo por un templo egipcio. Evidentemente el problema era la maleta, o la nube, o ambas. Pero a mí no me importaba descifrarlo, no era un problema que me afectara, de eso estaba seguro. Me sentía igual que las innumerables veces en que mis compañeros de trabajo, mis vecinos, el mundo... gastaban horas de su vida y agregaban arrugas a sus rostros lamentándose por las hipotecas en las que se habían metido, lloraban angustia y desesperación y no hacían otra cosa que hablar de préstamos, deudas y crisis. En esas ocasiones, en esas tertulias patéticas de lamento hacia ningún lado, yo me eximía de participar diciendo siempre la misma frase: Yo nunca le hice el juego a los bancos, mi patrimonio es una maleta y cada tanto alguna idea.


Esa tarde de abril que cruzaba la plaza Sant Jaume era justamente mi patrimonio, mi maleta, el objetivo de todas las miradas. De golpe me detuve y sin moverme sentí emitir un mensaje en todas las direcciones, como si girando sobre mi eje le gritara a todos quienes me inspeccionaban que, aún desconociendo los motivos de sus miradas, yo me eximía del problema, que no contaran conmigo para lo que fuera. Y bajé por Jaume I hasta meterme en la estación.
El viaje en metro lo dominó la misma situación del camino a la estación, creí sentir hasta las preguntas que se hacían mis observadores de tan fuerte que me miraban, pero me abstraje en la lectura tanto que casi me pasé la estación de destino. Llegué puntual al que sería mi nuevo piso, un entresuelo decente en Nou Barris. Saludé a Jordi, el dueño del piso, y dejé la maleta en la entrada. Ya en el salón Jordi me presentó a Igor, sería mi compañero de piso pensé, pero de inmediato entre ambos me aclararon la situación, me aclararon todo.
Igor era ruso como su nombre lo sugería, y tenía billete para la noche anterior. La intención de Igor era dejar esta ciudad, volver a su Rusia natal y liberar la habitación que yo iba a ocupar, pero unas horas antes de su vuelo una gran nube de ceniza volcánica procedente de Islandia se instaló sobre el sur de Europa, colapsando practicamente todo el espacio aéreo, incluído el de Barcelona. A veces siento que vivo en la montaña, porque no me informo más que de aquello que me puede afectar directamente. Así fue que no me enteré de la existencia de una nube gris, baja, densa, que de forma directa damnificaba a miles de personas y que indirectamente perjudicaba a algunos otros.
Les propuse dormir yo esos días en el sillón hasta que la situación se normalizara e Igor pudiera dejar Barcelona. Ambos me agradecieron el gesto y Jordi nos ofreció una merienda, nos dió a elegir entre café con leche y capucino. Yo le pedí un té. Igor, por supuesto, prefirió un capucino.