"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

20 junio 2011

Más peligroso que pedo de camello

De mi abuelo tengo muy pocos registros, nos vimos poco, murió cuando yo apenas caminaba, sin embargo dos expresiones que él decía me han quedado en la memoria. Una era de un tal Russell y él la repetía maquinalmente: “El conocimiento deja de ser el espejo mental del Universo para convertirse en un simple instrumento para manipular la materia”; la otra era suya y parecía decirla desde el fondo de sus sentimientos: “Más peligroso que pedo de camello”. Ambas frases las fui recordando a lo largo de los años sin entenderlas, pero por algún motivo respetándolas, acaso porque fueron el corto legado que mi abuelo me dejó. La frase de Russell se me venía a la mente cada día que veía un cuadro que había en casa junto a una destartalada y exquisita biblioteca, el cuadro representaba una imagen de Einstein, que con su mejor cara de piantado custodiaba la frase: “La imaginación es más importante que el conocimiento”. Mientras Russell definía el conocimiento, Einstein le daba mayor importancia a la imaginación, una frase me trasladaba a la otra y yo, desconcertado, las contrastaba sin llegar a otro resultado que el simple recuerdo de mi abuelo. La otra frase, la del camello, la recordaba cada vez que un pedo aparecía en mi universo, siendo propio o ajeno, yo me imaginaba a un animal lento y jorobado despidiendo flatulencias mortales como el fuego que emana un dragón por su boca.
Un día, ya más grande, me encontré en Egipto, en la parte más austral del país, en Aswan. Hice un recorrido de unos pocos kilómetros subido a un camello para visitar la comunidad de los Nubios, legendarios y amistosos. En la víspera no pude pensar en otra cosa que en los pedos que se tiraría el camello que yo cabalgaría, y en sus efectos, pero una vez que me detuve frente a él para intentar montarlo, no pude más que poner todo mi temor en la altura del animal y en lo estrecho del camino que transitaría. La travesía terminó sin accidentes y, o bien el bicho no se tiró ningún pedo, o bien yo no lo noté. Comencé a pensar que aquello no era más que una frase de mi abuelo, que hasta donde llegaba mi conocimiento, nunca se había cruzado con estos animales más que en su imaginación, así la imagen de mi abuelo se desprestigiaba, aunque él mismo desde el recuerdo se justificaba con la frase de Einstein, ya que más importante que haberlos conocido era habérselos imaginado.

Hace unos días, gracias a un pequeño artículo del diario ADN acudieron a mí todos estos recuerdos de golpe y con ellos la reivindicación de mi abuelo desde donde quiera que esté. El artículo se titulaba: “Exterminar al camello como forma de frenar el cambio climático”, aunque el titulo de por sí era explícito, el contenido terminaba de despejar cualquier duda. Comenzaba: “A grandes males, drásticos remedios” y luego explicaba que las flatulencias de los camellos salvajes contribuyen al efecto invernadero, al año un camello emite una tonelada de CO2. Pero al parecer estos animales tan dañinos tienen los días contados, al menos en Australia, ya que la empresa Northwest Carbon planea matarlos desde helicópteros y vehículos todoterreno, y luego procesar su carne para alimentar animales domésticos y de granja. Yo me acordé de mi abuelo, sin duda un adelantado. Además comenzaron a resurgir en mi mente noticias que habían llegado a mis ojos y oídos a través de los medios, que confirman la importancia del conocimiento, y sobre todo, de la imaginación de aquellos que, manipulando cierta información, nos nutren de conocimiento tergiversado. Recordé una nota que leí en Voltairenet.org, en ella explican que “Los piratas somalíes son pescadores en lucha contra el saqueo occidental de la pesca de arrastre y la descarga de basura tóxica”. Recomiendo la nota, ilumina muchísimo sobre un tema del que tanto hablaron los medios occidentales, desde otro punto de vista claro, acudiendo a la imaginación para deformar la información, para contaminarla. Idéntico mecanismo utilizaron los grupos económicos norteamericanos con el 11-S, crear el mito, inventar un enemigo para justificar sus acciones. Lo misma metodología siguen los medios españoles en estos días para justificar las agresiones policiales y minimizar la acción de un pueblo indignado.

Tal vez sea hora de utilizar la imaginación, nutrirla de conocimiento, y analizarlo todo haciendo uso del más sencillo de nuestros sentidos, el sentido común, o tal vez sea hora de eliminar a los enemigos que nos plantean los medios, empezar por los camellos, claro que eso sería más peligroso que el pedo de uno de ellos, porque en unos años podrían decirnos que la flatulencia humana despide más CO2 que un BMW.

02 junio 2011

La palabra Fuego

¿Y cuándo será el incendio? Será cuando lo disponga esta cerilla ¿O lo dispondré yo? ¿O lo hará el beneficiario? ¿Existe la posibilidad de que alguien o algo se vea beneficiado por un incendio? El incendio debería ser un beneficio ¿Puede la cerilla ser una palabra? El incendio sería una frase, un manifiesto o las palabras todas ¿Cómo identificar el fuego en la palabra? Podría encenderse una palabra, surgir otras y luego crecer o desvanecerse hacia cenizas ¿Sólo las aguas turbias apagan el fuego de las palabras? La palabra es Ahora, la palabra es Fuego, la pregunta es: ¿Habrá esta vez fuego en la palabra?

28 mayo 2011

¿De qué lado estoy? (Mea culpa)

Sé de qué lado estoy, me lo recuerda mi situación cada día, y, más importante, me guían mis principios, aquellos cuyas bases forjaron mis viejos en mi lejana infancia, y que yo solito fui solidificando. Pero este mundo es contradictorio y a veces me encuentro perdido y me desoriento; a veces suceden cosas que me llevan a preguntarme de qué lado estoy.


25 de mayo: Hace unos días llegaron unos amigos de Argentina, llevábamos tiempo sin vernos, los extrañaba, por eso quise aprovechar cada momento de su estadía en Barcelona para compartirlo con ellos. Aunque Catalunya no es España (cosa de la que charlamos largo y tendido), para algunas cosas sí es España: acá el aceite de oliva es rico y accesible, lo mismo sucede con el jamón, entonces los acompañé a la Boquería para que se abastecieran. Después pasamos por Plaça Catalunya, desde allí contemplamos un símbolo de aquí: El corte inglés. Más tarde hicimos un enroque: subimos al corte inglés para contemplar otro símbolo de aquí, uno mucho más actual y real: La acampada de la indignación. Desde la septima planta se ve una panorámica perfecta de las fuentes adornadas con carteles que exigen un mundo mejor; se observan las distintas carpas precarias de material, sólidas de mensaje; desde esa altura se hace pequeña la gente apostada en el círculo central de la plaza y la gente que deambula por ahí y en los alrededores; desde allí, esa gente que se ha plantado por fín, empequeñece al gran cartel de BBVA que hace años gira en 360 grados a lo alto de unos de los edificios que hay frente a la plaza, ese cartel gira hace años, nunca lo había hecho con tanto temor, ¿será porque los que siempre le dieron de comer han dicho basta? Todo lo vemos desde una mesa pegados a un gran ventanal, junto a nosotros dos parejas de sexagenarios turistas españoles beben café. Una de las mujeres observa la plaza y dice: “que feo lo que han hecho en la plaza, con lo guapa que es, mira lo que han hecho”. Mi amigo me mira como diciéndome: “escuchaste lo que dijo esta vieja, no vas a decir nada”. Yo no digo nada, pienso en que hay gente que no tiene vuelta atrás, es decir me resigno, y no digo nada.

27 de mayo: Esta mañana me llamaron para trabajar en un restaurant en el Raval, a veces me llaman, me pagan muy poco, pero no tengo otra opción. Antes de salir leí el periódico y me enteré del fallido intento de desalojo de la plaza, los Mossos de Esquadra ingresaron a fuerza de palos y balas de goma para “limpiar” una plaza que nunca estuvo más “limpia”. Ante la noticia me apuro para pasar un rato antes por la plaza. Cuando llego, ni bien salgo de la boca del metro veo a un policia de civil con un palo extensible de acero en una mano, de esos que usan algunos patovicas (porteros) de discoteca para reprimir, con la otra mano retiene a un tipo negro, de esos que venden bolsos adonde pueden. Junto a ellos hay dos Guardia Urbana, uno de ellos me mira fijo, yo lo miro fijo, luego caigo en cuenta de que está muy drogado o tiene mucho miedo, la gente empieza a hostigar a los policias con gritos como: “fascistas”, “cagones”, “fuera, fuera”. Yo ahora miro fijo al que está de civil, lo sigo con la mirada adonde vaya, siento mucha ira, tengo ganas de decirle que es un hijo de puta, que es un cobarde, pero no digo nada, lo sigo con la mirada y avanzo mientras él retrocede, el resto de la gente hace lo mismo con éste y con los dos Urbanas, los tres policías con los bolsos requisados, sujetando a los tipos negros que intentaban vender los bolsos, logran guarecerse en la entrada de Desigual a la vez que piden refuersos. El pedido de ayuda funciona (¿la policía funciona?), en escasos minutos llegan tres patrulleros y se llevan todo y a todos, escapan en medio de los gritos de la gente.

27 de mayo: Llego al restaurant para trabajar. Me cambio y trabajo tres horas y cuarto, me gano 28 euros, aquí (como en muchos sitios) ya no pagan como mínimo un servicio, lo que antes te garantizaba ganar no menos de cuarenta euros por salir de tu casa. Ahora eso no se usa, el mercado funciona así, cuando la demanda de trabajo es grande el empresario hace lo que quiere y el empleado hace lo que puede. Cuando termina el servicio, ya con el local desalojado de clientes, me acerco a la barra para despedirme, justo en ese momento entra una chica, tendrá unos veinticinco años y habla tartamudeando un poco, se le nota algo nerviosa, como quién está por decir un discurso que no acostumbra a decir, como aquel que en su primer día de trabajo intenta venderte un seguro médico o de vida, le explica a uno de los jefes que ella y sus compañeros están en la plaza manifestando, que esta mañana la policía les requisó (acercandose más a la realidad la chica usa la palabra “robó”) los alimentos que reciben como donativos para alimentar en la plaza a quién lo necesite, que si tienen algo de alimento que les haya sobrado del servicio y si no pueden dárselo en lugar de tirarlo, el jefe le dice que eso se lo tendría que preguntar al jefe y que éste no está, yo observo y escucho, yo sé que él es uno de los jefes y sé también que aquí, como en cualquier restaurant, siempre sobra comida que va a parar a la basura, yo sé todo eso pero no digo nada, la chica agradece igual y se retira, el jefe que dice no ser jefe la saluda y le pide perdón timidamente.

26 de mayo: Recibo un mail de una amiga, luego otro de un amigo, y luego veo el mismo mensaje en varios muros de Facebook: El próximo lunes 30 de mayo se realiza la primera acción no violenta por parte de los indignados, invitan a todo aquel que esté de acuerdo a retirar de su cuenta bancaria la suma de 155 euros si es por ventanilla y 150 si la operación se hace en un cajero, sin importar el banco del que se trate ni la hora en que se haga la transacción. Indignación + Acción = IndignAcción. Festejo el paso a la acción, lo que hace unos días reclamaba cuando hablaba con mi compañera, ella se mostraba entusiasmada con los cacerolazos de las nueve en el barrio, yo le decía que dudaba del efecto de una cacerola en un ático en Joan Blanques, y ella que si era en Joan Blanques, y también en el Passeig Verdum, y en Carrer Ample, que eramos todos y que así funcionaba, y yo que necesitaba acción. El correo me entusiasma, pero luego recuerdo que en mi cuenta, hace rato, hay ocho euros con 33. El lunes mucha gente va a retirar 150 euros, los bancos van a sufrir una retirada repentina de capital, como repentinas fueron la retirada y huida parte de los bancos en Argentina en diciembre de 2001. El lunes el pueblo le hace un corralito a los bancos, claro que el presupuesto que maneja el pueblo es inferior al que ostenta un banco, pero cuidado que ya lo decía un cartel esta tarde en la plaza: “Ahora somos más fuertes”. Hoy es 27, desde mi ventana de Joan Blanques se escuchan cacerolas, después de dos días de un calor bochornoso entra un aire fresco que sienta muy bien, en tres días David se le empieza a plantar a Goliat, y yo, no, yo no voy a poder hacer nada.

23 mayo 2011

Osama, Obama, Bedoya, Chamuyo

Recordando la GRAN placa de Cronica TV: "Accidente en Flores: mueren dos personas y un boliviano", se me ocurrió buscar la placa correspondiente a la GRAN noticia de los últimos tiempos, y la encontré: "Murió Osama Bin Laden" rezaba un cartel rojo en letras blancas enormes en cualquier televisor del conurbano. En el conurbano también, mi sobrino Enzo, que es un niño y se porta lo mal que se porta un niño, recibió una vez una amenaza piadosa y efectiva: "Si te portás mal lo llamamos a Bedoya". Bedoya es un vecino de mi hermana, es un buen tipo, pero por alguna razón a mi sobrino le da pánico el sólo hecho de escuchar su apellido. Ante la amenaza de la convocatoria de Bedoya mi sobrino se amanzaba, se transformaba en un ángel inofensivo y manipulable. Si Bedoya iba al almacen de la esquina, pasaba por la casa de mi hermana, y mi sobrino lo contemplaba paralizado por el terror. Como en el conurbano, en la gran manzana, amenazas piadosas y efectivas invadieron todo el territorio yanqui y mas allá también: "Osama representa el mal, haremos todo lo necesario para aniquilarlo, para aniquilar el mal, aunque eso implique infinidad de daños colaterales". El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, anunció oficialmente que, tras un operativo militar en Pakistán, se dio muerte a Osama. Curiosamente un día Bedoya se mudó de barrio, dejó de ser vecino de mi hermana y de mi sobrino Enzo, Bedoya no murió, pero lo que sí murió para mi hermana fue el mito que mantenía a mi sobrino en las filas del "buen comportamiento". Ahora, mi hermana, u Obama, tendrán que ingeniárselas para mantener el "orden establecido" por el mito, tal vez mi hermana use la desaparición de Bedoya para reformular el mito. ¿Que hará Obama? No sé, no tengo el gusto de conocerlo, pero sospecho que hará algo bueno, no por nada es el último premio Nobel de la Paz.

El príncipe y el maestro

El sábado pasado dos hombres, muy distintos entre sí, vivieron experiencias transcendentes, muy distintas entre sí. Hablo de William Arthur Philip Louis (Guillermo) y de Ernesto Sabato (Sábato). Ambos: hombres; ambos: personajes públicos. El sábado Guillermo se casó, ese mismo día Sábato se murió. Guillermo nació unos días después de mi hermana, en el año 82, Sábato nació unos días después de Guillermo, pero mucho antes, en 1911. Guillermo nació en Londres, hijo de los principes de Gales, Diana y Carlos, nieto de la reina Isabel II. Sábato nació en Rojas, hijo de Francesco y Giovanna, inmigrantes italianos provenientes de la región de Calabria. Guillermo estudió Geogrfía, Biología e Historia del Arte en Eton College, a la edad de siete años tenía bien clara su vocación y así le comentó a su madre que de grande sería policía “para poder protegerte” a lo que su hermano respondió: “Oh, no puedes, tienes que ser rey”. Sábato obtuvo un doctorado en Física en la Universidad de la Plata, públicó más de veinte ensayos y tres novelas, entre otras cosas dijo que “Al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización”. He intentado, sin éxito, estimar la cantidad de gente que ha leído algún libro de Sábato, mi intención era comparar ese dato con la cantidad de personas que “leyeron” el casamiento de Guillermo, es decir unos dos mil millones, cuatro mil millones de ojos. Aunque algunos le dicen Guillermo, su titulo completo es: Uff… A Sábato muchos lo llamaban así a secas, o Ernesto, aunque también fue, es y será considerado por mucha gente con el título de Maestro. ¡Próspera vida Real marital Guillermo! Buen viaje Maestro.

20 marzo 2011

El planazo

Puedo caer en la tentación que tantas veces niego. Puedo, también, tropezar con la misma piedra, golpearme de la misma manera, sentir idéntico dolor, soltar la misma queja, cagarme otra vez en mi madre, que también es la misma, y puedo incluso repetirme, prometerme, una vez más, no volver a hacerlo. Lo que no me permito, de ninguna manera, es atender al 1004 de Movistar. No lo haré. No lo haría, aunque me levantase un día de la cama descubriéndome el último en la tierra y al mismo tiempo oir el teléfono sonar anunciando del otro lado a un OTI (Operador Telefónico Insistente). Pienso así desde que uso un teléfono móvil, muchos años ya.


En diciembre, era domingo con la tarde cayendo. La escasa luz, el clima, la tele y la realidad anunciaban la hora del suicidio. De haber sido una pelicula, a la escena, para ser completa, perfecta, sólo le faltaba el arma cargada en el cajón o una alfombra roja hacia el balcón. Necesitaba hablar con alguien. No. Necesitaba que alguien quisiese hablar conmigo. Mientras pensaba en eso, como inducido por mi necesidad, sonó mi móvil indicando 1004 en la pantalla. Alguien quería hablar conmigo, pero quien me llamaba era un no deseado. La necesidad tuvo, una vez más, cara de hijo de puta. Contesté. Del otro lado un OTI, cuyo nombre olvidé cuando acabó de decirmelo, me ofrecía el paraíso. Nunca recordamos el nombre del OTI amigo, sólo nos quedamos (anotamos) con el nombre del OTI que nos atiende cuando estamos re calientes y queremos preder fuego algo. Así, este OTI anónimo me ofreció llamadas gratis a cualquier teléfono Movistar. Pero ¿no tengo que pagar nada?, le pregunté. Nada Señor (te dicen Señor, Don, Caballero, esperando con eso elevar tu autoestima y caerte bien). Pero, las llamadas a otras compañias ¿no me saldrán más caras a partir de este gran beneficio? Insistí. No Señor. Repetí el pero seguido de una pregunta una docena de veces. A todo, el OTI amigo me respondió lo que yo quería oir. Seguro ¿no?, quise confirmar. Señor, seguro, a partir de este momento Usted tiene llamadas gratis a cualquier teléfono Movistar, manteniendo el resto del plan de facturación que tenía, me tranquilizó el OTI. Nos deseamos buenas tardes y colgué.


Durante ese mes usé mi teléfono movil con normalidad, viví mi vida como siempre, sentí la misma felicidad de los meses anteriores, en el mismo grado, pero aderezada ahora por el gran beneficio Movistar que se me había adjudicado. Cuando me llegó la factura del móvil, rompí el sobre desesperado e inspeccioné detalladamente todas y cada una de mis llamadas realizadas. No había ninguna llamada a teléfonos Movistar facturada. ¡Dios es grande! Grité. Parafraseando al hijo de puta más grande que dio mi país exclamé: Estamos mal, pero vamos bien. Hay un horizonte ahí, delante de nuestras narices, está a nuestro alcance y si todos, los de a pie, los empresarios, los políticos, tiramos para el mismo lado, y si los vendedores de seguros dejan de existir, este mundo puede cambiar. Me emocioné, quise salir a la calle y abrazar a alguien. Aún con la factura en mis manos descubrí que, con el apuro por ver el detalle de las llamadas no había visto el importe a pagar. Para mi decepción, éste subía el total en veinte euros más de lo que habitualmente pagaba. Me flaquearon las piernas… Me sentí como Reuteman cuando descubrió que su coche se quedaba sin nafta a escasos metros de la bandera a cuadros. En un lugar de la factura decía: Otros conceptos: Planazo – 19,99 euros.
¡Qué Planazo! Grité. Y ya no quería abrazar a nadie.


De inmediato llamé al 1004. Me atendió Martín Morales (lo anoté, por supuesto), diciéndome a continuación de su nombre que haría todo lo posible para ayudarme.
De buena forma, tranquilo aún, le dije que yo esperaba que me ayudase y le expliqué mi inconveniente. Morales me contó que en diciembre yo había contratado el Planazo Movistar, a traves del cual, por la módica suma de veinte euros, accedía a 500 magínificos minutos libres a teléfonos Movistar. A lo que yo repliqué:
Mirá Martín, primero, nadie me dijo que eso a lo que accedía se llamaba Planazo, en ese caso hubiera cortado la comunicación porque el nombre de la promoción, en sí, etimológicamente, grita: Esto es una mentira grande como la estupidez humana. Segundo, Martín, ¿Cuánto me cuesta a mí una llamada a un movil Movistar?
Tres centimos Señor me dijo, ya con algo de temor en el sonido de su voz.
Ok, ahora, si sos tan amable Martín, ¿cuanto da en euros la siguiente multiplicación?: 500 x 0,03, Martín (cuando me pongo nervioso empiezo a repetir el nombre de mi interlocutor), le pregunté con mi tono de voz comenzando a mutar hacia un precipicio infernal.
Eso tiene como resultado quince euros, me respondió, suplicando en silencio que algo extraordinario cortase esa comunicación, liberándolo así de la mierda en la que lo estaba metiendo su empleo en Movistar.
¿Te puedo hacer una pregunta personal Martín?, le dije suavemente.
Si Señor, me dijo él entregado.
¿Vos crees que yo soy un pelotudo? Martín.
No Señor.
Y ¿Pensas vos que Movistar cree que yo soy un pelotudo? Martín.
No Señor.
Ahhh… Bueno, ahora me quedo más tranquilo Martín. Por un momento pensé que me estaban tomando por pelotudo.


Le pedí a Martín que fuera amable y me esperara en línea un momento. Saqué del armario una replica exacta del hijo de puta más grande que dio mi país. Guardo un muñeco de él, a escala, tamaño natural, que uso en situaciones en que siento que me estan tocando el culo, como me lo tocaba él, cuando esto sucede agarro el muñeco y lo cago a trompadas, lo escupo, le hago la doble nelson, lo reboleo, descargo. Volví a la charla hecho una seda y le dije a Martín, que todavía aguardaba.
Mirá, necesito que me apuntes un reclamo a traves del cual le pido, le exijo, a Movistar que me devuelva el dinero que me rebaron, que arreglen esta farsa. Luego quiero que alguien de Movistar se comunique conmigo para decirme que me devolverán el dinero. Apuntá también, por favor Martín, como si fuera un inciso en ese reclamo, que estoy re caliente, que si no me devuelven el dinero me voy a dar de baja y los voy a denunciar.
Se va a pudrir todo fue lo que le dije textualmente.


Por supuesto, nadie se comunicó conmigo. Un par de dias después volví a llamar, hablé con tres personas hasta dar con un supervisor de nombre Mijail, quien se comprometió a devolverme el dinero y me pidió disculpas, todos se habián disculpado antes.
En todas estas charlas teléfonicas que tuve con empleados de Movistar, se dieron momentos dignos de ser narrados, dignos de indignar al más pasivo, pero prefiero no ahondar más. También me hubiese gustado que la estafa fuera más cuantiosa, para darle mayor espectacularidad al relato, pero no, fueron veinte euros. Sin embargo, no importa que la estafa sea menor, que la mentira sea leve, que el robo sea sutil (aunque el robo Planazo no es una sutileza justamente).


La Caixa te cobra 4,5 euros por depositar un cheque en una cuenta de ellos, es decir, te cobran por ingresar dinero que ellos van a utilizar y hacer redituable. El Citibank te cobra un euro cada minuto que pasas escuchando la musiquita mientras esperas para hacerles una consulta. Endesa, cuando tenes un desperfecto, te pide que confirmes que aceptas pagarle 160 euros al técnico que te envía, si el inconveniente resulta no ser de ellos. El bar 213 de la calle Hospital te cobra 6,5 euros, a las 20:01, las mismas patatas bravas que, a las 19:59, costaban 3,5 euros. Eso, hablando de algunos de los robos diarios que están a la vista, que están a nuestro alcance.
¿Vos crees que yo soy un pelotudo Martín?


Tengo que admitir que mentí, no tengo un muñeco a escala del mayor hijo de puta que dio mi país (además, con razón, más de uno me haría una lista de hijos de puta nacidos en territorio argentino que lo superan), si tuviera ese muñeco me pasaría el día vomitando. Como no lo tengo, ataco con furia a este ordenador portatil que ya no sé como me aguanta. Creo que un robo como cualquiera de los antes detallados es un dedo en el culo, y creo, que si dejamos que nos metan un dedo en el culo, corremos el riesgo de sentir como esos dedos se multiplican y como, sin darnos cuenta, nos acostumbramos hasta sentir que nos gusta. Es un riesgo, porque no nos gusta ¿no?

17 marzo 2011

Es ida y vuelta. Fluctúa ¡Chatos*!

¿Cómo fue cuando tu abuelo llegó al puerto de Buenos Aires?
¿Cómo fue cuando mi abuelo llegó al puerto de Buenos Aires? No lo sé exactamente, además ya se habló mucho de los casi dos millones de españoles que arribaron a Buenos Aires a fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX. Lo encaro por otro lado: Hace unos meses alguien me contó que, en la actualidad, cada mes llegan a Argentina mil doscientos españoles. Como no estaba convencido del dato lo confirmé con la prensa: http://www.infobae.com/general/551993-101096-0-Por-la-crisis-mas-mil-espanoles-llegan-mes-buscar-trabajo El periódico madrileño Público confirma esos datos. ¿Que un porcentaje de esos españoles que arriban son argentinos con doble nacionalidad que se vuelven? Si, Público también menciona eso. Pero, si tienen también la nacionalidad española ¿será que son nietos o bisnietos de esos españoles que emigraron? Claro, porque es de Ida y vuelta.

Los mejicanos descienden de los Aztecas, los peruanos de los Incas y los argentinos... Los argentinos descienden de los barcos. Ese viejo chascarrillo, históricamente fundamentado, lo utiliza Arcadi Oliveres i Boadella en una clarísima conferencia sobre el origen de las migraciones modernas. Por supuesto, el chiste de las descendencias es solo para amenizar datos reales que pintan una realidad. http://www.youtube.com/watch?v=znhaCXvKyys&feature=related Si no estás dispuesto a bancarte los 18 minutos que dura la charla te cuento: "Antes de la crisis, el 65 % de la opinión pública española veía con malos ojos la llegada de inmigrantes, después de la crisis ese porcentaje llega al 80 %. Esta opinión es un error, no desde la mala fe, sino desde la mala información. Si esta opinión pública se informara bien, si no comieran la mierda (y eso lo digo yo) que les tiran los medios de desinformación, recibirían a los inmigrantes como debe ser: con los brazos abiertos." Es solo un extracto. Oliveres cierra una de sus charlas, la que se refiere a la corrupción a traves de la cual gobiernan nuestros dirigentes, con una frase muy simple: "Estamos en manos de delincuentes". Aparentemente esto no tiene nada que ver con el "problema" migratorio, pero... ¿No estamos hablando de lo mismo?

El drama vivido por quienes son demorados y posteriormente deportados (término que bien puede significar: echados como ratas de una patada en el culo) en el aeropuerto de Barajas, estuvo siempre, de forma abstracta, de boca en boca, carente de una investigación periodística. Siempre, hasta el primero de enero de este año, ese día salió a la luz el artículo "La crónica del deportado", de Alejandro Seselovsky, para la revista Orsai: http://orsai.es/blog/n1/seselovsky/
La crónica retrata, de forma muy inteligente, cómo se ven afectados quienes intentan ingresar a España, y cuáles son las "tecnicas" sistemáticas de desmoralización utilizadas por quienes, en la frontera, aplican la ley. Es educativo ver como se repiten los sucesos nefastos de nuestra historia, unos (de un nivel humano superior) consideran poco más que mierda a otros (de un nivel humano inferior).

Dentro de unos meses un amigo vendrá a visitarme con su mujer y su pequeña hijita, en realidad vienen de vacaciones a Europa y los recibiré en mi casa el período de tiempo que pasen en Barcelona. Mi amigo, Leandro, viene de vacaciones, no viene a robarle el empleo a ningún europeo, es más, él ya tiene su trabajo en Buenos Aires, tiene un trabajo que es la envidia de muchos ciudadanos europeos. Sin embargo Lea me trasladó su preocupación, conocedor de la problematica Nazi (ups, se me escapó la palabra) de la frontera española, y me dijo: "Che, con Andre estamos cagados porque podrían impedirnos la entrada en Barajas, éste es un esfuerzo enorme que estamos haciendo, es un sueño que por fin podemos cumplir, caminar por las calles de Barcelona y dejarle, en calidad de turistas, mucha guita al Estado español." Yo traté de tranquilizar a mi amigo y le dije: "Mirá, vos preparate una carpeta con todos los documentos que demuestren que no te interesa quedarte acá, que vos tenes una vida preciosa en el barrio de Villa Urquiza y que ni en pedo te vendrías a instalar al primerísimo mundo, de todos modos voy a averiguar qué es necesario para formular una carta de bienvenida."
Me dirijí entonces a Policía Nacional dónde un policía administrativo me enumeró, aparte de lo que debería presentar el Invitante, la documentación a confeccionar por el Invitado:
- Fotocopia de la hoja de filiación o datos personales del Pasaporte.
- Certificación oficial acreditativa del domicilio del Invitado (igualmente legalizada y traducida).
Y atención:
- Fotografías, correspondencia, o cualquier otro documento o soporte audiovisual que demuestre una relación entre Invitador (que lindo término) e invitado (en el supuesto de amistad o vinculación no familiar).
Además de pagar la módica suma de 115,26 Euros en concepto de "Tasa de andá a la concha de tu hermana".
Impresionante. Después de leer eso no supe si reirme, llorar o cortarme las venas con la propia hoja de los requisitos. También pensé en la cara que pondría el policía si le demostraba en vivo cuál es la "relación de amistad o vinculación no familiar" que me une con Lea.
Al final llegamos a la conclusión de que si él reservaba un hotel en Barcelona, pagaba el 10 % de la reserva y después no se alojaba en el hotel, le salía más barato que pagar la "Tasa..." y nos olvidabamos de los requisitos de la carta de bienvenida.

¿Llegamos a esa conclusión porque somos vivos? ¿Porque somos dos listillos argentinos? No, de ninguna manera, porque ¿cómo se puede considerar listillos a quienes día a día comen la mierda que bombardean los medios de comunicación para manipular a la opinión pública?
Déjense de joder, pónganse media pila.

*Chatos no se refiere a la acepción simpáticos, majos, utilizada por señores de edad avanzada de la península ibérica, se refiere más a personas de pensamiento plano, de ideas chatas, carentes de sentido común.

15 marzo 2011

Bondi, la verdadera revolución de las máquinas.

Él. Nació en el año 68, modelo 1112, estética redondeada exquisita, una reliquia del transporte colectivo rodando por las calles de Buenos Aires. Fanesi se lo compró a un viejo diez años atrás y desde entonces sólo él lo condujo, de lunes a sábados, los domingos siempre tocó descansar. El viejo, cuando se lo vendió, le dijo quebrándose: me tomará por loco usted, pero este bicho siente. Y como tanto lo conozco puedo asegurarle que se jubilará solo, dejará de funcionar cuando haya presenciado algo extraordinario, lo sé, no me pregunte por qué. Cuando eso pase, usted tiene que estar al volante, se lo encargo. Fanesi, aunque casi se conmovió por la expresión del viejo, cerró la transacción y volvió a su casa pensando que, efectivamente, estaba loco.

De Miserere a Villa Adelina, ida y vuelta, infinitas veces. Y sólo Fanesi lo condujo. Al principio porque dudaba del cariño con que lo trataría cualquier chofer de alquiler. ¿Quién cuida a su bicho como el propio dueño? Sin embargo con el correr de los años fue tomando las palabras del viejo cada vez más en serio. Una tarde de invierno avanzaba por Avenida Forest, bajó la velocidad para girar en la esquina de Olleros, donde una pareja se besaba fuerte, con ganas, al pasar a su lado la bocina se activó como si el sonido quisiera celebrar aquel beso. Fanesi brotó nervioso sin entender por qué la bocina se había accionado por propia voluntad, miró avergonzado a la pareja primero y luego a los pasajeros por el retrovisor. Más de uno puso cara rara desaprobando, incluso se escuchó nítida la voz de una mujer que viajaba en el primer asiento: ¡Qué grosero! Hágame el favor… En varias oportunidades, ante un paso de peatones, Él se detuvo inexplicablemente para que la gente pudiera cruzar, Fanesi no podía aclararse él mismo lo que ocurría, mucho menos justificarse ante quienes apurados por llegar al trabajo le gritaban desde el fondo: ¡Dale flaco! ¡¿Qué te pensás, que estás en Londres?! Esas situaciones lo fueron transformando a Fanesi al punto de llegar a pensar, como el viejo, que ese bicho sentía. Sobre todo a partir de la mañana en que una mujer estuvo a punto de dar a luz en los asientos de atrás. Al final llegó una ambulancia y el parto se llevó a cabo a escasos metros de Él, cuyo motor no se dejó encender hasta que se escuchó el llanto del niño y los aplausos de los curiosos que se habían reunido alrededor.

Un domingo, Él rodó. Fanesi, que a esta altura rozaba la locura, sintió un presentimiento y decidió hacer recorrido el día de descanso. En la parada de Mariano Acha subió una chica preciosa, tendría unos treinta años, ojos negros profundos como un océano y facciones talladas por un artesano. Sacó boleto y se dirigió hacia atrás. A mitad del pasillo un muchacho de veintipocos, escueto, con cara de nada, se sostenía de la manivela con la mirada vacia. Cuando la chica se aproximó a la posición de aquel, Él, sin la intervención de Fanesi, dio un volantazo brusco e inexplicable que descolocó a todos los pasajeros e hizo trastabillar a la chica hacia lo que parecía una inevitable caída. Pero el muchacho con cara de nada, en un acto reflejo muy ágil, la atajó y le ayudó a incorporarse. Quedaron frente a frente, los ojos profundos y la cara de nada, y sin mediar palabra empezaron a besarse como si sus labios se conocieran al detalle. Tanto Fanesi como los pasajeros pudieron ver y entender con certeza, que una fuerza fuera de lo normal los impulsaba, viscerales y armoniosos, a esos dos desconocidos, con la misma intensidad a cada uno, a besarse hasta caer rendidos o deshidratados, a fundir sus bocas hasta agotar el deseo como nunca antes el deseo de nadie se había saciado. Él apagó su motor. Fanesi sintió como si un humano, un amigo, despediera su último aliento. El conductor se levantó de su asiento e invitó a los pasajeros, salvo a la pareja, a descender. Bajó con ellos, les indicó que esperaran el siguiente bondi en la esquina y encendió un cigarrillo apoyado en el capot.

09 marzo 2011

Un día sin maletas

Otra mudanza. Una más y van… Ese fenómeno en sí, el de trasladarse con las pertenencias de un sitio a otro, siempre es relevante y agobia. Cambiamos el marco de una ventana por otro, nos vamos a otro marco sin ventana, nos pasamos de un jardín con tardes soleadas a un patio de noches frescas, a veces trocamos compañías vacias por soledades productivas, a veces lo hacemos a la inversa.
Era abril y yo me mudaba, pero antes debía poner unos cuantos capucinos en la plaza Real, y en eso estaba. Los turistas que consumían esos capucinos estaban, como corresponde, de paso por la ciudad, pero esta vez tenían en sus caras resabios de estancamiento, como si fueran de aquí, como yo. En especial una mujer inglesa de Leeds con la que mantuve una charla en inglés, en mi inglés, que es muy pobre. Cuando noté que había cierta confianza entre nosotros le pregunté por qué se tomaba el capucino con esa cara de culo, si era porque estaba feo. Ella me respondió que el café estaba exquisito (me sonrojé), que su cara se debía a the tag. Yo, que no entendí, le dije que no se preocupara, que le invitaba el café si eso le ponía mejor. No le entendí a la señora inglesa de Leeds porque no entiendo inglés y porque ya estaba pensando en la mudanza que tenía que hacer en unas horas. 


Llegué al piso que dejaba y mi maleta estaba hecha, todo lo mío cabía en una maleta. Recuerdo haber sentido una gran satisfacción por lo escaso de mis pertenencias, ya que me podía mudar en un solo viaje en metro, entonces salí pensando en esa frase que dice que más rico es quién menos necesita y recorrí feliz las primeras calles hacia la estación de metro. Pero antes de llegar pensé en que reducir mi equipaje al máximo era una maniobra inconsciente, que durante años fui forjando para no establecerme nunca en ningún sitio, asi es que mientras cruzaba la plaza de Sant Miquel una angustia enorme me paralizó y tuve que sentarme en un banco a fumar un cigarro.
En las terrazas de la plaza Sant Miquel se repetían multiples rostros turistas que bebían capucinos con aire estancado, todo lo cubría un cielo gris denso que parecía sostener millones de litros de agua turbia. La densidad de las nubes las transformaba en una sola y hacía que se percibiera a escasos metros, como un techo hermético al alcance de las manos en los balcones altos. Los turistas elevaban sus miradas constantemente y dirigían sus ojos rencorosos a la gran nube homogénea que modificaba los colores dándole un tono apagado a todo. Mientras fumaba pasó frente a mí un tipo que venía seguido a comer al restaurant donde yo trabajaba, sin detenerse me dijo adeu y en el medio de una risa sarcástica me preguntó adónde viajaba, y agregó: tendrás que esperar a que se vaya la nube. Le devolví una sonrisa falsa como su preocupación por mi viaje y me quedé pensando en lo que me había dicho, mientras descubría que los turistas de la plaza, cuando no miraban sus capucinos o la nube, me observaban a mí, fijaban sus ojos nórdicos extrañados en mi maleta. Cuando el tabaco hubo detenido la angustia provocada por mi condición de nómade, continué camino con mi maleta a rastras. Crucé la plaza Sant Jaume en diagonal para tomar la calle Jaume I, bajo la presión de decenas de pares de ojos escrutadores, me miraban los turistas, los gendarmes de la puerta de la Generalitat, los taxistas... Todos me reprimían con sus ojos como si paseara desnudo por un templo egipcio. Evidentemente el problema era la maleta, o la nube, o ambas. Pero a mí no me importaba descifrarlo, no era un problema que me afectara, de eso estaba seguro. Me sentía igual que las innumerables veces en que mis compañeros de trabajo, mis vecinos, el mundo... gastaban horas de su vida y agregaban arrugas a sus rostros lamentándose por las hipotecas en las que se habían metido, lloraban angustia y desesperación y no hacían otra cosa que hablar de préstamos, deudas y crisis. En esas ocasiones, en esas tertulias patéticas de lamento hacia ningún lado, yo me eximía de participar diciendo siempre la misma frase: Yo nunca le hice el juego a los bancos, mi patrimonio es una maleta y cada tanto alguna idea.


Esa tarde de abril que cruzaba la plaza Sant Jaume era justamente mi patrimonio, mi maleta, el objetivo de todas las miradas. De golpe me detuve y sin moverme sentí emitir un mensaje en todas las direcciones, como si girando sobre mi eje le gritara a todos quienes me inspeccionaban que, aún desconociendo los motivos de sus miradas, yo me eximía del problema, que no contaran conmigo para lo que fuera. Y bajé por Jaume I hasta meterme en la estación.
El viaje en metro lo dominó la misma situación del camino a la estación, creí sentir hasta las preguntas que se hacían mis observadores de tan fuerte que me miraban, pero me abstraje en la lectura tanto que casi me pasé la estación de destino. Llegué puntual al que sería mi nuevo piso, un entresuelo decente en Nou Barris. Saludé a Jordi, el dueño del piso, y dejé la maleta en la entrada. Ya en el salón Jordi me presentó a Igor, sería mi compañero de piso pensé, pero de inmediato entre ambos me aclararon la situación, me aclararon todo.
Igor era ruso como su nombre lo sugería, y tenía billete para la noche anterior. La intención de Igor era dejar esta ciudad, volver a su Rusia natal y liberar la habitación que yo iba a ocupar, pero unas horas antes de su vuelo una gran nube de ceniza volcánica procedente de Islandia se instaló sobre el sur de Europa, colapsando practicamente todo el espacio aéreo, incluído el de Barcelona. A veces siento que vivo en la montaña, porque no me informo más que de aquello que me puede afectar directamente. Así fue que no me enteré de la existencia de una nube gris, baja, densa, que de forma directa damnificaba a miles de personas y que indirectamente perjudicaba a algunos otros.
Les propuse dormir yo esos días en el sillón hasta que la situación se normalizara e Igor pudiera dejar Barcelona. Ambos me agradecieron el gesto y Jordi nos ofreció una merienda, nos dió a elegir entre café con leche y capucino. Yo le pedí un té. Igor, por supuesto, prefirió un capucino.

12 febrero 2011

La plaza de la virgen blanca.

Soñé que era lunes y yo estaba en una ciudad que es capital de provincia, era invierno, sin embargo el sol calentaba con fuerza la plaza y los ventanales del café Dublin, los cristales y el cemento recibían el sol con extrañeza ya que en esta capital de provincia, en estas fechas y en todas las fechas, lo que se recibe es frio, la sombra de las nubes constantes, lluvia copiosa e incluso nieve. Pero era lunes y rugía el sol.
El sueño era tremendamente surrealista porque me invadía la inspiración por cada poro y en cada movimiento humano, o de los otros, encontraba las palabras que mejor le quedaban a eso que yo observaba. Mi observación era tan profunda y sensible que no era una mera observación, cada fenómeno experimentado por todo lo que me rodeaba lo captaba como una vivencia en mi propio cuerpo. El café Dublin ocupaba un extremo de la Plaza de la virgen blanca, yo busqué una mesa en la mejor ventana y recordé los relatos de Carles (amigo mío que acostumbra contar historias de sus viajes) y la aparición que éste presenció de una diosa colombiana de nombre Carol en distintas ciudades del sur de España.
Mientras pensaba en la diosa colombiana se presentó ante mí un espectro, era una virgen, una virgen morena. La virgen se sentaba en un taburete en la parte exterior del café Dublin, justo enfrente de mí. La virgen negra me miraba y nos separaba un cristal del que sólo dábamos cuenta por los pelos y bacterias que el sol remarcaba. La virgen estaba desnuda, su figura era sutil, hermosa, y carecia de pezones. Su rostro era indefinido, intercambiable, fugitivo. Yo le ponía el rostro de Carol, un rostro que desconozco pero que fui formando en mis fantasías a base de presagios y elucubraciones infundadas, fui creando la imagen de Carol basándome en el mito y nada mas que en el mito, transformando en facciones las palabras de aquellos que alguna vez vieron a Carol, o que dicen haberla visto. Ese rostro le puse a la virgen morena. De modo que un fantasma moreno, hermoso y sin pezones, con la cara imaginaria de Carol me miraba y me inducía a mirar hacia el centro de la plaza. La virgen Carol no hablaba, de haberlo hecho no lo habría escuchado ya que el cristal era de doble capa debido a lo inclemente del clima en la capital de provincia. Se dirigía a mí con gestos que yo entendía a la perfección. Entonces guiaba mi mirada hacia el centro de la plaza donde había un momumento enorme de forma piramidal. En la cumbre de la pirámide un ángel hostil sostenía un pequeño tronco fino que apuntaba hacia el cielo, que bien podia ser una varita magica o un pararrayo. El ángel se posaba sobre la espalda de un hombre, éste estaba sentado con las piernas cruzadas y parecía resignado a soportar el peso del ángel eternamente. En el centro de la pirámide había una carreta tirada por dos caballos enroscada en el monumento, destartalada, las ruedas apuntaban hacia el café Dublin donde la virgen Carol, aún desnuda, me miraba de a ratos con desdén, de a ratos con presunta alegria. Los caballos rodeaban la pirámide uno por cada lado, los jinetes parecian estar intentando mantener el equilibrio montados en los nerviosos animales, sobre la carreta un hombre sostenia un cañon y su rostro parecia anticipar el inminente disparo. La parte inferior del monumento estaba cubierta de comerciantes o esclavos, era dificil determinarlo, los que parecían comerciantes marchaban hacia un lado, como transitando una ruta aspera, mientras que los esclavos reptaban en sentido opuesto, probablemente encadenados, aunque no se veian cadenas. El monumento estaba bordeado por un banco circular de madera de los que pueden encontrarse en cualquier plaza, no sólo en las plazas de las capitales de provincia.

Luego de hacer un pantallazo completo al monumento inducido por la virgen Carol, ésta me sonrió y me preguntó (en silencio) qué me parecía. Yo, mimetizado con su mudez, le contesté también de ese modo que me habia parecido muy bien, que me habia gustado, pero que no habia encontrado nada maravilloso en mi observación, nada fuera de lo normal. Fue entonces cuando la virgen Carol pareció ofenderse por la falta de lucidez de mi mirar, extendió sus brazos como un ave que emprende vuelo, su cuerpo, sus manos y su cabeza se agigantaron y pareció rugir, o ladrar, en cualquier caso vomitó un sonido estridente que estremeció a todos los presentes en el café Dublin, todos miraron hacia mí indignados preguntándose de dónde o de qué venia ese ruido, sólo encontraron mi rostro asustado ya que los cristales también se habían estremecido con el rugir de Carol, y aunque eran de doble capa temí que se vinieran abajo. Pero Carol ya había vuelto a su tamaño normal, el tamaño que normalmente tienen los fantasmas de virgenes morenas, desnudas, sin pezones y con el rostro imaginario de una diosa colombiana. En todo caso lo que volvió a la normalidad fue la expresión de Carol que parecía darme otra oportunidad antes de partirme en dos con un rayo o algo peor. Otra vez me indujo a mirar en el monumento, pero esta vez me indicó (siempre sin palabras) que mirara dentro, que observara debajo de la pirámide, dentro del cemento que recubría ese banco de madera. Y así me vi introduciéndome en el monumento, me vi recorriendo un tunel vertical, un pozo antiguo y profundo, iba guiado por Carol que me contó que ese pozo era lo más primitivo que tenía esa ciudad capital de provincia, que era lo primero que se habia hecho, que guardaba en secreto decenas de cuerpos que en distintos tiempos habían ameritado (o no) sucumbir a su profundidad. Sobre la profundidad del pozo le pregunté a Carol y ella me respondió de inmediato, pero yo no entendí si tenia cien metros o si tenia mil, es mas dificil de lo que se cree conversar con una virgen que carece de pezones y del don de hablar. Lo cierto es que era muy profundo, se podía ver sólo unos metros desde donde yo estaba, recuerdo escupir y esperar durante segundos la caída de mi saliva pero tuve la sensación de que ésta se habia transformado en otra cosa antes de llegar al fondo.
De repente Carol chasqueó sus dedos y me miró fijamente, yo estaba otra vez en la ventana del café Dublin y ella ya no era más una virgen desnuda, ya no era morena y probablemente ahora tenía pezones, pero eso no lo sé porque la mujer que ahora estaba en el taburete en el que antes habia estado la virgen Carol estaba vestida, bebía un txacolí y lucia atuendos típicos de esta provincia. La mujer me dijo a través de la ventana que se llamaba Itziar, elevo su brazo izquierdo hasta ponerlo en un ángulo de noventa grados con respecto al torso, de su muñeca colgaba un pequeño tambor, con esa misma mano sostenía una flauta y con la otra agarraba un palillo, similar al del ángel hostil, con el que sacudía el tambor a la vez que soplaba la flauta, se escuchó una melodía sórdida, breve, y desapareció.

Yo desperté y de inmediato salté a la calle. Efectivamente estaba en una ciudad capital de provincia, me acerqué hasta la plaza principal y observé el cartel que rezaba "Plaza de la virgen blanca", encontré en un extremo de la plaza el café Dublin, me senté junto a una ventana y me pusé a observar un monumento en forma de pirámide que se erige en el centro de la plaza. Intenté escribir, recordé que debía hacer un relato con una descripción desde una ventana para el taller que empecé en la biblioteca de Poble Sec, pero, como comunmente me sucede, una hoja de Word insultántemente blanca y en blanco me miró recriminándome y en tono burlón me dijo que ni en sueños, ni ante la aparicion de una virgen hermosa podría escribir.





14 enero 2011

La parabólica humana.

Anoche hablaba con Árbol, que es una de las pocas personas con las que hablo por teléfono durante más de un minuto, hablamos unos ciento treinta minutos más o menos. Nos separan muchos kilómetros y la única forma que tenemos de tomarnos una cervecita juntos cuando nos entran ganas es a traves de un teléfono. Ayer entonces me tomaba una cerveza con Árbol y por momentos sentimos estar en un bar de Ituzaingó, o de Estocolmo, da igual, pero juntos. Eso se debía al cariño que había en esa charla, aunque la verdad es que mucho ayudaba que la comunicación fuera buena, nos escuchabamos muy nitidamente, sin delay ni interferencias. Me recordó Árbol en la charla una situación que se dio el año pasado en su casa de la calle Tel Aviv. Hizo memoria Árbol: ¿Te acordas? ese dia que llegué a casa y vos estabas en la ventana de la habitación que da a la calle, estabas literalmente en la ventana, tu cabeza entre las rejas, con tu mano derecha sostenías un teléfono celular al que acercabas y alejabas de tu oreja, lo elevabas, lo hacías girar sobre su propio eje, cada tanto lo golpeabas contra las rejas y lo mirabas para chequear si funcionaba, tu pierna derecha estirada en sentido inverso apoyada en la mesita de luz, la mano que tenías libre la extendías al máximo y te agarrabas de la reja, como buscando en ese hierro pintado de verde una solución comunicativa, evidentemente sin encontrarla ¡Hacías la parabólica humana! Gritaba Árbol y nos reíamos en nuestra cerveza a la distancia. Claro que lo recordaba. Yo intentaba hablar con mi hermana que vive a diez cuadras de la casa de Árbol, ella también interpretaba pasos de danza clasica, daba saltos psicóticos y plegaba su cuerpo en movimientos anaeróbicos. La charla en cuestión pretendía ser muy simple, algo así como: Hola, ¿todo bien?, nos vemos esta tarde, paso a las cinco, llevo facturas. No mucho más, pero pese a nuestros intentos fracasamos. Ni siquiera pudo entenderme mi hermana cuando le dije que le enviaría un mensaje de texto parado en la tapa del inodoro, que ahí habría mejor cobertura.

Nos divertimos recordando esas dificultades y luego Árbol, que es Contador y controla mucho de números, me explicó cuánto pagaba de factura de celular y de teléfono fijo, yo le conté que en España las llamadas nacionales de fijo a fijo eran gratis, el me informó sobre algunos datos indignantes que tienen que ver con los contratos que empresas como Telefónica firmaron en los años noventa, con las insultantes diferencias entre lo que se les había exigido invertir y los amplios margenes de rentabilidad de los que gozaban en nuestro país (triplicando la rentabilidad media de cualquier otro país), llegamos a la conclusión de que él con su factura me estaba pagando a mí la gratuidad de mis llamadas nacionales. Nos reímos pero ya nuestras risas empezaban a traer aparejadas un dolor de pecho, ciertas ganas de vomitar. Hablamos de Repsol y del precio de la nafta en Argentina, de los ochenta millones de cabezas de ganado y del hambre y la miseria. De bancos como el Lloyds, de su tradición centenaria en la piratería y la estafa, la usura, de la facilidad de acción en territorio argentino de estos personajes.

Seguimos hablando y comenzamos a notar que la ira se apoderaba de nosotros, de cada uno en un punto del globo, estabamos al borde del llanto impotente, entonces Árbol, que además de buen contador es un gran amigo y tiene sentido común, desvió sutilmente la charla y la llevó hacia la cerveza que nos tomamos aquel día después de encontrarme haciendo la parabólica en su casa de la calle Tel Aviv. Continuamos el encuentro un rato más y luego nos abrazamos y nos dijimos: Salud hermano, hasta la próxima cerveza.


10 enero 2011

Como un sueño bueno y viejo.

Me despierto una tarde, que es de hoy, que parece de hace veinte años, cuando era otro.
Al instante se apuran unas lágrimas que recorren mis mejillas. En estos dias, como en aquellos, el sollozo y la conmoción afloran en mí con facilidad. Antes lo ocultaba con éxito, merced a lo asiduo de ese accidente, reacción natural ante ese sentir, en esa edad.
Hoy dejo que fluya sin más, con todo. Aprendiz de heridas que así, sangraron más y cicatrizaron mejor.
Presa de un presagio acepto esa mueca, limpio mi cuerpo con aguas tibias y lo cubro de ropas muy usadas. Y marcho consciente, en búsqueda de algo que desconozco, algo que reconoceré de seguro.
Al llegar me descubro en buenas formas de ánimo, mi pulso es normal, aunque más holgado, como si el corazón se asomase a la superficie, en contacto con la piel. Sonrío para mí y entro. Cuando te veo, mi sonrisa sigue ahi, pero no está intacta, ahora es menor, la recubre una leve sombra agria, una sensación incierta y temerosa que dura sólo unos instantes, hasta que me encuentro con tu sonrisa.
Mis labios rozan tu mejilla en un segundo eterno. Y ahí el olfato y el tacto y los miles de sentidos se uniforman y me trasladan. Tiempo y espacio se hacen añicos para ceder a un híbrido desconocido que me sorprende porque me abraza como si viviese en él desde siempre. Decido entonces aferrarme a ese instante y observo mis recuerdos:
Veo el árbol de moras en el parque a la salida del colegio. Camino el sendero cargado de ilusiones grandes como mochilas de colores chillones. Sigo. Me envuelve el aroma de la inocencia, de la simplesa, de mis miedos, recuerdo que me dolían. Me duelen otra vez. Me alojo cerca de la tapia de cemento frío y rugoso, reconozco el portal de Darragueira. Por unos instantes estoy perplejo, te busco intranquilo hasta que te encuentro y tus ojos me seducen otra vez, me serenan y nos sentamos. Te sujeto de las manos buscando en ellas el valor para decirte. Te declaro mi amor cobarde, acobardado. Veo que quiero saber tus respuestas, sin embargo nada te he preguntado. Quiero conocer la expresión de tu cara ante mis palabras torpes. Descubro que ese amor es el más lindo que nunca tuve, acaso por eso mismo, porque nunca fue. Una planta que sólo germinó y ahí se detuvo en la juventud más mínima, petrificado, todo ese tiempo inmune a crecer y a marchitarse, no obstante existiendo. Ese amor de niñez invernó, ajeno a los cuerpos, a los inviernos y a todo lo ocurrido. De repente doy cuenta de que te lo he dicho y ese hecho me libera y se lleva con él la magia. Como un hechizo que caduca, mi sueño se esfuma y vuelvo. Todos volvemos a estar ahí. El espacio y el tiempo vuelven a transcurrir con normalidad.