"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

04 abril 2012

Caño, taco, gambeta y pasión.

Actualmente en el fútbol argentino convergen dos (o tres) fenómenos que, de la mano, le aportan (o devuelven) autenticidad a un deporte cada vez menos auténtico. Por un lado la tendencia al retorno de jugadores luego de su paso (en su mayoría fugaz e intrascendente) por el fútbol europeo; por el otro, la modificación de los calendarios (creación de la Copa Argentina, un torneo federal aunque no muy popular que intenta imitar la Copa del Rey española y la especulación sobre la necesidad de implementar un nuevo Torneo federal de primera división) y la decadencia de los grandes clubes del fútbol local, cuyo símbolo mayor es sin duda el descenso de River.


El primer caso puede subdividirse, a su vez, en dos grupos. El primer grupo (los menos) lo conforman aquellos jugadores que se desempeñaron durante años (con mayor o menor gloria) en clubes de Europa y que, en el ocaso de su carrera, deciden retirarse en el club de sus amores, o bien en la institución que los vio crecer (para lo cual muchos de ellos, de los jugadores, deciden inventarse una falsa afición por ese club, cuando en realidad los sabios y memoriosos recuerdan que sienten amor por otra camiseta), o simplemente en el club que mejor les pague (ejemplos: Ayala, Almeyda, Milito, etc.); el segundo grupo (claramente el más numeroso) lo componen jóvenes jugadores que tuvieron un buen torneo y fueron rápidamente vendidos para "sanear" deudas del club, a algunos de ellos les bastó con jugar bien cuatro o cinco partidos, en otros casos ni siquiera alcanzaron a debutar en primera, y en otros simplemente entraron en la negociación del pase de otro jugador, o en un pack de jóvenes promesas, terminaron jugando en Ucrania o en Qatar y volvieron a los quince minutos (en la temporada 09/10 fueron transferidos al exterior casi 1.800 jugadores argentinos).

El segundo caso, la modificación de los calendarios y la decadencia de los grandes, que bien podría verse el primero como consecuencia del segundo, tampoco queda exento de maniobras dialécticas ni dobles morales. Cierto es que con el descenso de River la segunda categoría ganó protagonismo, y que los equipos de la B Nacional comenzaron a ganar planos, participaciones mediáticas inéditas e inesperadas históricamente, pero vayan ustedes a explicarle Passarella, Aguilar, Israel, Ramón Diaz, Grinberg (and many others) al socio vitalicio número 130 de la institución de Nuñez, o a cada uno de los que piensan y sienten que la camiseta no desciende, que River está prestigiando la BN, o que expliquen los responsables de la decadencia de San Lorenzo y del resto de los grandes el deambular de sus equipos por las lindes de los fatales promedios.
La consecuente creación de la Copa Argentina (en la que cualquiera puede jugar contra cualquiera, de los creadores del Fútbol para Todos) y la especulación sobre la aparición de un nuevo torneo de primera división (38 equipos, todos contra todos, nivelando a los equipos de primera con los de la actual BN) va sin dudas en la misma línea: No importan los méritos deportivos e institucionales de los clubes que disputan las distintas categorías, importa, como siempre, el negocio, y con el monopolio del poder en las mismas manos de siempre y la impunidad total de esas manos para hacer y deshacer reglamentos, leyes y tradiciones con el fin de salvar, cueste lo que cueste, el negocio, éste seguirá siendo para esas pocas manos.


¿Cómo es, entonces, que estos dos fenómenos (el "Retorno" y la "Decadencia y Reformulación") le aportan o devuelven cierta autenticidad al fútbol local si, por lo dicho, queda claro que uno y otro son consecuencias de la corrupción, las malas gestiones y la desvirtuación de este deporte en nuestro país?
Lo cierto es que si lo hacen, es decir si autentifican el fútbol, es en el sentido más poético e intrascendente que pueden hacerlo. 


De muy chico, desde los seis hasta los doce años, jugué al fútbol en una sociedad de fomento de mi barrio, de nombre Irupé, jugábamos en la liga del Oeste y nos enfrentábamos a todos los equipos de la zona oeste del Gran Buenos Aires, siempre (al menos en mi categoría) con muy buenos resultados, de seis torneos que disputamos ganamos cinco y en el restante quedamos terceros. Entonces la sociedad de fomento pasó a formar parte de la la Liga Argentina. No jugábamos con equipos de otras provincias, pero sí con equipos de los distintos puntos del conurbano bonaerense, los campeones sí que, en otra instancia, jugaban fases regionales y por fin la gran final nacional, pero nuestra participación en la liga Argentina, a diferencia de lo logrado en la del Oeste, fue más bien tirando a mala. Es decir que habíamos ascendido, jugábamos a otro nivel, pero también nuestro nivel en la tabla de posiciones era otro bien distinto. 
No sé mis compañeros, pero en mi caso, aunque ya no levantaba trofeos de campeón, ahora jugaba frente a pibes que eran verdaderos cracks, a algunos de ellos pude verlos más tarde por la tele jugando para equipos de primera, a otros los pude ver en los diarios en transferencias a clubes de Tailandia para salvar los números de su club.
Y a esa mixtura (producto de esos dos fenómenos a los que me refiero más arriba) que me trasladó a esa otra mezcla de sentimientos que me produjo en mi infancia el ascenso de liga con mi equipo Irupe, es a lo que me quiero referir con una lírica devolución de autenticidad al fútbol. Yo pasé a cambiarme en vestuarios de mejor nivel, a ver como ahora eran electrónicos los carteles que contaban los goles (aunque fueran del contrario). Y aquí y ahora el presidente del club que enfrenta a River (que cuenta con un campeón del mundo que regala detalles propios de tal) explica en los principales medios cómo se ilusiona con hacer historia desde su lubricentro de Merlo, o el arquero de un humilde equipo cordobés cuenta sus sensaciones a la hora de enfrentar a equipos como Lanus (que también cuenta con un campeón del mundo que suele regalarnos detalles propios de un carnicero desquiciado). El remisero habilidoso y la estrella internacional, el mega estadio y el tablón del potrero. 
Mixturas que, pese a sus turbias procedencias, iluminan fugazmente algún balón. Si total en el fondo, y cada vez más en el fondo, el fútbol es simple y bello y se reduce al caño, taco, gambeta y pasión. 


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