"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

02 enero 2015

La vida en bloques

Hace ya diez años que vivo en edificios, con gente coexistiendo arriba, bajo mis pies o a mis costados, paredes precarias de por medio. Las paredes del edificio en el que vivo ahora son las más permeables de todas entre las que me tocó vivir. Da la sensación de que, en el momento de construir el bloque, hubieran separado tres cuartas partes del presupuesto para gastárselo en cualquier otra cosa. Durante meses, en casa escuchábamos un golpeo constante que nos desconcertaba, a ritmo de tambor el sonido viajaba de un lado a otro, subía y bajaba por los respiraderos sin dar pistas certeras sobre su origen. Susana, la portera de nuestro edificio, un día nos desasnó: abajo funciona una carnicería industrial. De lunes a viernes, desde la mañana hasta la noche, hay alguien que golpea carne con una masa de madera, sin falta, religioso. A regañadientes, no nos quedó otra, nos acostumbramos a ese hilo (grueso) musical de fondo.
Los vecinos lindantes con nuestro salón son nuevos. Son, creo, centroamericanos. Si tuviera que jugármela diría que de República Dominicana, aunque no descarto que sean latinos de los Estados Unidos. Son jóvenes, tienen un bebé y un niño pequeño, se los oye coger bastante (digamos que andan en la media latina) y se podría decir que son los menos ruidosos. O aquellos cuyos ruidos menos nos afectan. Hay que decir que el hecho de tener nosotros un bebé nos iguala y nos hace, en cierta forma, empatizar. En nuestro dormitorio la débil frontera nos separa de un matrimonio cuarentón y su hija pre-adolescente. Y su perro. Apenas llegaron (también son nuevos) dejaban solo durante horas a su perro. El animal aullaba y nosotros, además de cagarnos en todo, nos imaginábamos a una fiera grande, triste y abandonada. Con el tiempo cesaron los aullidos, o bien no volvieron a dejarlo solo o simplemente el bicho se acostumbró. El perro, lo descubrimos con una sonrisa, es de tamaño mediano tirando a enano. Sin los aullidos estos vecinos pasaron a ser, al menos en lo que se refiere a ruidos molestos, casi inofensivos. Su presencia se hace notar sobre todo los fines de semana, se escucha su música y sus voces fuertes. Nosotros, nos encanta develar la procedencia de nuestros vecinos, pensábamos que eran ucranianos o armenios. Esta mañana nos despertó la música ucraniana o armenia. Juro que lo primero que pensé fue que se trataba de un pasodoble o algo así. Qué integrados, me dije. Pero después dudé, entonces decidí introducir la tecnología en nuestras ecuaciones de elucubración acerca del origen de las personas. Me bajé la aplicación correspondiente y acerqué el móvil al cartón que divide nuestra intimidad de las otras. Adriana Antoni era la intérprete, nacida en 1975, en Lugoj, Rumania.
Los de arriba son los vecinos a cuyos ruidos más me cuesta encontrarle el punto simpático, la parte que me haga reír y que me saque del derrotero de pensamientos que me llevan, indefectiblemente, al pensamiento final en el que yo contemplo la muerte de los vecinos de arriba, la contemplo y la celebro (sólo para llevarles la contraria) en silencio.
En el caso de ellos no me importa su procedencia, por mí pueden ser de Colombia o de Túnez, lo importante es que se muden. Los ruidos se suceden durante todo el día, pero los ruidos diurnos no están penados por las reglas de convivencia, así que agua y ajo.
Muchas veces los ruidos son nocturnos, pero sólo tuve que subir dos veces a tocarles el timbre, procuré en ambas que fueran el último recurso, de hecho lo decidí cuando el ruido y la desconsideración pasaron el límite establecido por el sentido común, por lo menos el común europeo.
La última de ese par de veces fue hace unas semanas. Era casi medianoche, mi hija dormía con la fragilidad de las primeras horas de sueño. El vecino de arriba serruchaba y martillaba. Subí a pedirle que por favor parara. Me atendió la madre de dos niños, una chica joven tunecina o colombiana que me dijo que cuando mi hija lloraba ella no me decía nada.
Por fortuna, todas las habitaciones de mi casa (salvo el baño, faltaba más) tienen ventanas al exterior, por lo que, cuando me siento demasiado invadido en la propia intimidad de mi casa por la actividad ruidosa de mis vecinos, tengo la opción de asomar medio cuerpo por alguna de ellas y respirar el ruido público de la calle, buscar en él refugio del infierno del hogar.

2 comentarios:

  1. Me encantó! Si te sirve de consuelo en las casas también ocurren estos menesteres, tal vez la intensidad sea menor, no lo se.Hace poco tuve un encuentro con mi vecina que me acusaba de ruidos que, no solo no cometí, sino que también, al igual que ella los soporto cotidianamente. Son de Otro vecino (con grandes tendencias etílicas) Pero está emperrada en que soy yo, y eso que le regalé una mermelada casera, pa`que vea que soy bueno.

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    1. Hola Pol!
      Gracias! Con lo buena que estaría esa mermelada tu vecina, por lo menos, se debe haber replanteado las acusaciones...
      Abrazo!

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