"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

19 noviembre 2010

Avui he pensat en catalá (un buen comienzo).

Nunca fui intervenido quirúrgicamente. Nunca me quebré un hueso, jamás sufrí una fractura expuesta, ni rotura de ligamentos cruzados. Ni mi tibia ni mi peroné hicieron crack hasta hoy. Nunca me enyesaron - entre tecla y tecla me pongo una mano sobre la cabeza, con la otra presiono mis huevos con fuerza y cruzo todos los dedos que tengo buscando madera para tocar -. Que te pasen a cuchillo, que te operen, implica cicatriz y eso equivale a que hubo dolor en el momento del golpe y a que el cuerpo se encargará de recordártelo por un tiempo, o para siempre. En más de una oportunidad hice alarde de ser una persona riesgosa, aventurera e interesante, intentando enseñar dos pequeñas cicatrices, de un total de ocho puntos de sutura, en un dedo y una ceja, con resultados lamentables. En esas ocasiones me costó muchísimo encontrar las cicatrices que me empeñaba en exhibir.
Nunca formé una banda de rock. No terminé una carrera universitaria. Jamás resolví un rompecabezas (puzzle) medianamente caudaloso, no sé, de unas ¿cien piezas? Nunca. No tuve ninguna novia famosa, ni deportista de elite, o muy adinerada. Tengo amigos que salieron con actrices conocidas, yo las conocía, pero no. Tampoco toqué nunca un instrumento musical; tengo un árbol genealógico poblado de instrumentos varios, pero nunca se me ocurrió hacer sonar a ninguno de ellos. De hecho, esos amigos que salen con actrices conocidas, o son músicos, o aparentan serlo de muy buena manera. Yo no.No impartí nunca una clase de algo, mi paso por la docencia es tan incomprobable como inexistente. Una vez di una charla sobre seguridad informática en las tarjetas de crédito: Las expresiones en las caras de los alumnos y las de mi cara eran idénticas. Y entre muchas otras cosas que no hice, o que no hago, o que nunca me han pasado, hay una de ellas que me quita el sueño. A veces, sólo a veces, me siento asfixiado, me ahogo pensando en que tengo treinta años y no sé chiflar, máxime cuando me cae en cuenta que no existe en este planeta establecimiento alguno, público o privado, que instruya en ese arte. El chiflido es una actividad que siempre me ha causado admiración en los hombres y atracción en las mujeres, pero es una disciplina que nunca supe practicar. Y no lo haré.

Los elementos, desordenados y negativos, de esta introducción enumerativa, al menos los que se refieren a una fractura, a la docencia y a la ejecución de algún instrumento musical (y el chiflido por supuesto) se me antojan fenómenos transcendentes, física y psicológicamente. Y la falta de esos elementos en esta cabecita y en este cuerpito los vengo asimilando, hace treinta años, como se asimila una carencia. Son factores que no me quitan el sueño (salvo el chiflido por supuesto), pero que los unifico en un tipo de experiencia que no he vivido y que me generan un vacío dificil de explicar.
No quiero quebrarme un hueso, debe doler... Pero yo no lo sé eso. Para que se entienda: un amigo me contó que un día dormía en un hotel en Euskadi y el edificio sufrió un atentado, mi amigo se elevó un metro en la cama y volvió a caer, yo no quiero presenciar un atentado en primera línea, pero debe ser una experiencia muy particular que nunca viví. ¡Como chiflar!

Sin embargo, hoy por la mañana, contrastando con los absurdos prolegómenos de este texto, me pasó algo. Hace unos días me prestaron una casa en la Garrotxa, por unos días. La casa está en la montaña, los vecinos son cuatro o cinco humanos y un montón de animales. En la casa me dejaron un coche con gasolina marca Nissan, vino, comida, porros marca ACME, libros y una salamandra a leña. Y leña.
A media mañana subí a la habitación a buscar algo para cubrirme, una frazada o edredón (porque la salamandra es preciosa pero encenderla no es darle a un botoncito). Me disponía a tumbarme en el sofá y terminar "La onomástica" de Chéjov, que había empezado anoche. Me paré frente a la cama para agarrar la frazada y vi mi chándal (pantalón de jogging) junto a ella. No había reparado antes en ponerme el chándal, pero ya que me iba a tirar a leer confortable en el sofá, se me antojó grandioso ponerme el cómodo y querido chándal. Y la expresión literal de mi pensamiento fue: Home, és clar... No pensé: ¡Hombre, está claro! Ni se me pasó por la mente: ¡Claro! ¡Mirá vos! Puede que haya mentado esas dos expresiones después de pensarlo en catalán, analizando el fenómeno.

Entiendo que llevo tiempo en Catalunya y que tal vez ya era hora; y entiendo que quizá sea algo exagerado llamar fenómeno a este diminuto punto en la humanidad en el que alguien que acostumbra pensar el universo desde siempre en un idioma, lo hace por primera vez en otro. Lo cierto es que avui he pensat en catalá y ese pequeño cambio satisfizo, al menos parcialmente, la carencia de la que hablaba. Analizándolo desde las matemáticas, tiene más pinta de ser una adición que una sustracción. Y lo que es más importante, creo que me ha marcado una conexión con una ciudad, con un pueblo, con una cultura; siento que esa minúscula coyuntura me ha susurrado (en catalán y en argentino) una sensación de incipiente recíproca pertenencia con Catalunya, algo que desde hace un tiempo venía sospechando. Me parece un buen comienzo.

2 comentarios:

  1. un enorme comienzo. amigo, ud ha pasado por la experioencia que muchos linguistas buscan explicar sir francis du marcel en su trabajo "¿qué carajo es el lenguaje?"
    lo pone en estas palabras

    (...)

    un abrazo

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  2. gran escrito!!!! la verdad estoy gratamente sorprendido..... ahi hay una veta importante... no aflojes.

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