"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

30 noviembre 2010

"Los discípulos de Décimo" - Parte II -


“Sobre uno que quiso cabecear un roca por ser valiente y acabó enseñando sobre la valentía”

Bolaño ya se fue y yo camino ahora por el Paseo marítimo de Blanes, y observo el mar y divago. Como Bolaño nada me dijo sobre la forma literal en que Rodrigo Lira se suicida, yo fantaseo a mi buena gana: Está el poeta cerca de un acantilado y observa las rocas, las inspecciona e intenta seleccionar aquella que le dará muerte, tiene un poema en la mano con el que algo quiso decir sobre la estupidez, sobre la gran Estupidez, como entidad y como mecanismo, de lo perpetuo de los cimientos de esa infame institución. Pero lo hace, lo dice, hablando desde aparentes banalidades, desde la ironía y desde el humor. Habla de la ignorancia que le confieren a él ciertas mujeres, del desprecio al que lo somete alguien que, en el metro, no le deja descender, estúpidamente apresurado por subir. Contempla el frondoso acantilado y el rumor estridente del mar en las rocas y ve también un sendero que conduce a unos precarios embarcaderos. Observa allí abajo una pequeña barca y un hombre con sobrero que se aleja de ella. El hombre con sombrero no es un poeta, no es escritor y tampoco cree tener sensibilidad para interpretar el más simple de los poemas, es un hombre escueto y triste que, luego de dejar el bote preparado con un ancla al que piensa aferrarse y mar adentro sumergirse por fin en la profundidad de las aguas, se aleja del bote y se aproxima a un paseo marítimo como el que ahora yo recorro fantaseando.
Pretende este hombre triste, al que las mujeres no ignoran y a quién la estupidez de los humanos en el metro no le afecta, dar un último paseo. Busca hacer una vista panorámica final de aquella playa, intentando mirar por vez última y definitiva el mundo todo. Un mundo estúpido que, dueño de una estupidez general y cimentada, le ha arrebatado a su familia, le ha quebrado la ilusión, lo ha dejado acabado, con energías sólo para aferrarse a ese ancla. Satisfecho su último deseo vuelve el hombre triste con sombrero hacia su barca, pero la barca ya no está, sólo encuentra en el embarcadero el ancla cuyo peso sostiene una hoja. El hombre triste no puede evitar leer el poema y una vez inmerso en él no puede dejarlo hasta que lo acaba, alza la mirada, su semblante está ahora mutando desde la tristeza, con distintos matices, pasando por el desconcierto, acabando por expresar el rostro de aquel que descubre una certeza. Observa su barca adentrándose en el mar, a bordo hay un hombre que mira firme hacia el horizonte, hacia adelante.

Me voy de Blanes, me acerco a la estación de trenes y voy pensando: Pienso en Miralles y en Sánchez Mazas, en Rodrigo Lira y en Javier Cercas, en el hombre triste y en mi amigo Marco. Y pienso ahora, que me alejo de Blanes en el tren, en la valentía y en la estupidez, en la cobardía y en el valor, y pienso en Bolaño, lo imagino ahora mismo (guiado por el mismo atrevimiento que me permitió soñar con él) en Blanes y en cada sitio donde uno quiera que esté, lo imagino leyendo, o aun mejor, escribiendo.

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