"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

22 noviembre 2010

“Los discípulos de Décimo” – Parte I -

Recibí un correo de Esther, de quién podría decirse que no es escritora. También puedo decir de ella que cuando escribe (esporádicamente), lo hace tremendamente, pero no es escritora, se dedica a otras cosas y lo que hace, lo hace con poesía, con una sensibilidad admirable. El correo decía así:

"SOBRE UNO QUE ENCONTRÓ UN TESORO CUANDO QUERÍA COLGARSE DE UNA SOGA.
Un hombre, en el momento de colgarse de una soga, encontró oro y en el lugar del tesoro dejó la soga; pero quién lo había escondido, al no encontrar el oro, se ató al cuello la soga que sí encontró."
Décimo Magno Ausonio (Siglo IV D.C.)

Se imagina ahora Monterroso (guatemalteco, maravilloso, recién descubierto), después de citar ésta fábula de Décimo, al poeta latino pidiéndoles a sus alumnos que desarrollen una composición con este argumento, en el que dos extravagantes personajes intercambian sus destinos como consecuencia del azar. Y yo propongo: ¿Jugamos a ser discípulos de Décimo? Yo ya estoy en ello...

Yo recibo el correo y escribo, no pienso, sólo escribo:

“Sobre uno que en su momento supo ser valiente y cuya valentía supo salvarlo en su momento”

Sueño con Bolaño (chileno, irreverente, valiente y maravilloso, recién descubierto), tomamos un café en Blanes y me habla: Está la historia de un soldado desconocido y republicano, de un enclave en el que éste se encuentra, de cómo le perdona la vida a un falangista de alto rango, Sánchez Mazas, quién merece la muerte, de cómo lo salva. Luego me habla Bolaño sobre otro escritor, Javier Cercas, que es su amigo y que se empeña en buscar el rastro del soldado anónimo, al que se le adjudica el incomprobable nombre de Miralles. Cercas, que no consigue dar con el final de la historia de Miralles, quiere indagar sobre ese acto para él incomprensible del soldado, quiere preguntarle ¿por qué?

Al bar se acerca otro amigo, que también es escritor, pero que es amigo mío. Se une a nuestra mesa, no sin antes saludarnos a Bolaño y a mí, reverencial y confianzudo, respectivamente. Mi amigo se llama Marco y nos cuenta el final de la historia. Nos dice que debido a los giros que toma la guerra se encuentra Miralles a punto de ser fusilado, que aquél al que le había salvado la vida es ahora su verdugo y que (y probablemente sea esto pura obra de la necesidad de mi amigo de darle a la historia un tono poético y terrible) se encuentra Miralles ante una situación paradójica, situación que el soldado encara, como cuando le perdona la vida a Sánchez Mazas, con valentía.

Dice la versión de mi amigo Marco que Sánchez Mazas reconoce a Miralles y, en un acto que probablemente el mismo Sánchez Mazas no puede calificar, decide salvar la vida del soldado.

Bolaño, que en vida era grande y que ahora, muerto y tomando un café con nosotros (y cuando digo nosotros, no sé exactamente a quién me refiero con nosotros) en Blanes, es aún más grande, parece satisfecho con el lírico y cinéfilo final de la leyenda. Sin embargo no se inmuta y empieza a contarme (más bien a susurrarme) otro relato: Está la historia de un poeta, discreto y elegante, que con una absurda excusa decide suicidarse a modo de queja. El poeta se llama Rodrigo Lira y protesta contra el aumento del precio del pan, o por alguna pequeñez similar. En la protesta contra una nimiedad así hay oculta una razón, se suicida Rodrigo Lira - me dice Bolaño cada vez en un tono más tenue, como alejándose - igual que como escribió, es decir, igual que como vivió. Se mata Rodrigo Lira por la razón, que es también el lugar donde vive el humor - me aclara esto Bolaño con el último hilo de voz en nuestro encuentro -. Se suicida en favor de la razón, en contra de los cobardes.

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