"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

15 marzo 2011

Bondi, la verdadera revolución de las máquinas.

Él. Nació en el año 68, modelo 1112, estética redondeada exquisita, una reliquia del transporte colectivo rodando por las calles de Buenos Aires. Fanesi se lo compró a un viejo diez años atrás y desde entonces sólo él lo condujo, de lunes a sábados, los domingos siempre tocó descansar. El viejo, cuando se lo vendió, le dijo quebrándose: me tomará por loco usted, pero este bicho siente. Y como tanto lo conozco puedo asegurarle que se jubilará solo, dejará de funcionar cuando haya presenciado algo extraordinario, lo sé, no me pregunte por qué. Cuando eso pase, usted tiene que estar al volante, se lo encargo. Fanesi, aunque casi se conmovió por la expresión del viejo, cerró la transacción y volvió a su casa pensando que, efectivamente, estaba loco.

De Miserere a Villa Adelina, ida y vuelta, infinitas veces. Y sólo Fanesi lo condujo. Al principio porque dudaba del cariño con que lo trataría cualquier chofer de alquiler. ¿Quién cuida a su bicho como el propio dueño? Sin embargo con el correr de los años fue tomando las palabras del viejo cada vez más en serio. Una tarde de invierno avanzaba por Avenida Forest, bajó la velocidad para girar en la esquina de Olleros, donde una pareja se besaba fuerte, con ganas, al pasar a su lado la bocina se activó como si el sonido quisiera celebrar aquel beso. Fanesi brotó nervioso sin entender por qué la bocina se había accionado por propia voluntad, miró avergonzado a la pareja primero y luego a los pasajeros por el retrovisor. Más de uno puso cara rara desaprobando, incluso se escuchó nítida la voz de una mujer que viajaba en el primer asiento: ¡Qué grosero! Hágame el favor… En varias oportunidades, ante un paso de peatones, Él se detuvo inexplicablemente para que la gente pudiera cruzar, Fanesi no podía aclararse él mismo lo que ocurría, mucho menos justificarse ante quienes apurados por llegar al trabajo le gritaban desde el fondo: ¡Dale flaco! ¡¿Qué te pensás, que estás en Londres?! Esas situaciones lo fueron transformando a Fanesi al punto de llegar a pensar, como el viejo, que ese bicho sentía. Sobre todo a partir de la mañana en que una mujer estuvo a punto de dar a luz en los asientos de atrás. Al final llegó una ambulancia y el parto se llevó a cabo a escasos metros de Él, cuyo motor no se dejó encender hasta que se escuchó el llanto del niño y los aplausos de los curiosos que se habían reunido alrededor.

Un domingo, Él rodó. Fanesi, que a esta altura rozaba la locura, sintió un presentimiento y decidió hacer recorrido el día de descanso. En la parada de Mariano Acha subió una chica preciosa, tendría unos treinta años, ojos negros profundos como un océano y facciones talladas por un artesano. Sacó boleto y se dirigió hacia atrás. A mitad del pasillo un muchacho de veintipocos, escueto, con cara de nada, se sostenía de la manivela con la mirada vacia. Cuando la chica se aproximó a la posición de aquel, Él, sin la intervención de Fanesi, dio un volantazo brusco e inexplicable que descolocó a todos los pasajeros e hizo trastabillar a la chica hacia lo que parecía una inevitable caída. Pero el muchacho con cara de nada, en un acto reflejo muy ágil, la atajó y le ayudó a incorporarse. Quedaron frente a frente, los ojos profundos y la cara de nada, y sin mediar palabra empezaron a besarse como si sus labios se conocieran al detalle. Tanto Fanesi como los pasajeros pudieron ver y entender con certeza, que una fuerza fuera de lo normal los impulsaba, viscerales y armoniosos, a esos dos desconocidos, con la misma intensidad a cada uno, a besarse hasta caer rendidos o deshidratados, a fundir sus bocas hasta agotar el deseo como nunca antes el deseo de nadie se había saciado. Él apagó su motor. Fanesi sintió como si un humano, un amigo, despediera su último aliento. El conductor se levantó de su asiento e invitó a los pasajeros, salvo a la pareja, a descender. Bajó con ellos, les indicó que esperaran el siguiente bondi en la esquina y encendió un cigarrillo apoyado en el capot.

2 comentarios:

  1. apreciable para cualquiera que conocio de cerca un 1114
    para ser perfecto este relato necesitaria que de fondo sonara un bucle con la candonga del colectivero.

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  2. No te dije chanta que este sí que era el mejor !!! Ahora que lo leo nuevamente me ha gustado mucho más. Bien Nacho, pa'lante.

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