"Tal vez el Edén, como lo quieren por ahí, sea la proyección mitopoyética de los buenos ratos fetales que perviven en el inconsciente. " Así habló Cortázar.

09 marzo 2011

Un día sin maletas

Otra mudanza. Una más y van… Ese fenómeno en sí, el de trasladarse con las pertenencias de un sitio a otro, siempre es relevante y agobia. Cambiamos el marco de una ventana por otro, nos vamos a otro marco sin ventana, nos pasamos de un jardín con tardes soleadas a un patio de noches frescas, a veces trocamos compañías vacias por soledades productivas, a veces lo hacemos a la inversa.
Era abril y yo me mudaba, pero antes debía poner unos cuantos capucinos en la plaza Real, y en eso estaba. Los turistas que consumían esos capucinos estaban, como corresponde, de paso por la ciudad, pero esta vez tenían en sus caras resabios de estancamiento, como si fueran de aquí, como yo. En especial una mujer inglesa de Leeds con la que mantuve una charla en inglés, en mi inglés, que es muy pobre. Cuando noté que había cierta confianza entre nosotros le pregunté por qué se tomaba el capucino con esa cara de culo, si era porque estaba feo. Ella me respondió que el café estaba exquisito (me sonrojé), que su cara se debía a the tag. Yo, que no entendí, le dije que no se preocupara, que le invitaba el café si eso le ponía mejor. No le entendí a la señora inglesa de Leeds porque no entiendo inglés y porque ya estaba pensando en la mudanza que tenía que hacer en unas horas. 


Llegué al piso que dejaba y mi maleta estaba hecha, todo lo mío cabía en una maleta. Recuerdo haber sentido una gran satisfacción por lo escaso de mis pertenencias, ya que me podía mudar en un solo viaje en metro, entonces salí pensando en esa frase que dice que más rico es quién menos necesita y recorrí feliz las primeras calles hacia la estación de metro. Pero antes de llegar pensé en que reducir mi equipaje al máximo era una maniobra inconsciente, que durante años fui forjando para no establecerme nunca en ningún sitio, asi es que mientras cruzaba la plaza de Sant Miquel una angustia enorme me paralizó y tuve que sentarme en un banco a fumar un cigarro.
En las terrazas de la plaza Sant Miquel se repetían multiples rostros turistas que bebían capucinos con aire estancado, todo lo cubría un cielo gris denso que parecía sostener millones de litros de agua turbia. La densidad de las nubes las transformaba en una sola y hacía que se percibiera a escasos metros, como un techo hermético al alcance de las manos en los balcones altos. Los turistas elevaban sus miradas constantemente y dirigían sus ojos rencorosos a la gran nube homogénea que modificaba los colores dándole un tono apagado a todo. Mientras fumaba pasó frente a mí un tipo que venía seguido a comer al restaurant donde yo trabajaba, sin detenerse me dijo adeu y en el medio de una risa sarcástica me preguntó adónde viajaba, y agregó: tendrás que esperar a que se vaya la nube. Le devolví una sonrisa falsa como su preocupación por mi viaje y me quedé pensando en lo que me había dicho, mientras descubría que los turistas de la plaza, cuando no miraban sus capucinos o la nube, me observaban a mí, fijaban sus ojos nórdicos extrañados en mi maleta. Cuando el tabaco hubo detenido la angustia provocada por mi condición de nómade, continué camino con mi maleta a rastras. Crucé la plaza Sant Jaume en diagonal para tomar la calle Jaume I, bajo la presión de decenas de pares de ojos escrutadores, me miraban los turistas, los gendarmes de la puerta de la Generalitat, los taxistas... Todos me reprimían con sus ojos como si paseara desnudo por un templo egipcio. Evidentemente el problema era la maleta, o la nube, o ambas. Pero a mí no me importaba descifrarlo, no era un problema que me afectara, de eso estaba seguro. Me sentía igual que las innumerables veces en que mis compañeros de trabajo, mis vecinos, el mundo... gastaban horas de su vida y agregaban arrugas a sus rostros lamentándose por las hipotecas en las que se habían metido, lloraban angustia y desesperación y no hacían otra cosa que hablar de préstamos, deudas y crisis. En esas ocasiones, en esas tertulias patéticas de lamento hacia ningún lado, yo me eximía de participar diciendo siempre la misma frase: Yo nunca le hice el juego a los bancos, mi patrimonio es una maleta y cada tanto alguna idea.


Esa tarde de abril que cruzaba la plaza Sant Jaume era justamente mi patrimonio, mi maleta, el objetivo de todas las miradas. De golpe me detuve y sin moverme sentí emitir un mensaje en todas las direcciones, como si girando sobre mi eje le gritara a todos quienes me inspeccionaban que, aún desconociendo los motivos de sus miradas, yo me eximía del problema, que no contaran conmigo para lo que fuera. Y bajé por Jaume I hasta meterme en la estación.
El viaje en metro lo dominó la misma situación del camino a la estación, creí sentir hasta las preguntas que se hacían mis observadores de tan fuerte que me miraban, pero me abstraje en la lectura tanto que casi me pasé la estación de destino. Llegué puntual al que sería mi nuevo piso, un entresuelo decente en Nou Barris. Saludé a Jordi, el dueño del piso, y dejé la maleta en la entrada. Ya en el salón Jordi me presentó a Igor, sería mi compañero de piso pensé, pero de inmediato entre ambos me aclararon la situación, me aclararon todo.
Igor era ruso como su nombre lo sugería, y tenía billete para la noche anterior. La intención de Igor era dejar esta ciudad, volver a su Rusia natal y liberar la habitación que yo iba a ocupar, pero unas horas antes de su vuelo una gran nube de ceniza volcánica procedente de Islandia se instaló sobre el sur de Europa, colapsando practicamente todo el espacio aéreo, incluído el de Barcelona. A veces siento que vivo en la montaña, porque no me informo más que de aquello que me puede afectar directamente. Así fue que no me enteré de la existencia de una nube gris, baja, densa, que de forma directa damnificaba a miles de personas y que indirectamente perjudicaba a algunos otros.
Les propuse dormir yo esos días en el sillón hasta que la situación se normalizara e Igor pudiera dejar Barcelona. Ambos me agradecieron el gesto y Jordi nos ofreció una merienda, nos dió a elegir entre café con leche y capucino. Yo le pedí un té. Igor, por supuesto, prefirió un capucino.

1 comentario:

  1. querido ituole, me encanto, me habia olvidado de esa nube... el principio me senti en una peli de pino solanas. acabe riendo, como en otras, y pensando en que podria ir a terminar de mudarme y traer todo lo que arrastro salvo la primer maleta que traje, abrazos

    ResponderEliminar

Comentarios